domingo, 8 de julio de 2007

El día en que todos fuimos Miguel Ángel Blanco


Son las cuatro de la tarde en la vaguada del barrio de Azobaka (Lasarte), el lugar en el que el 12 de julio de 1997, a esta misma hora, ETA asesinó al concejal del PP de Ermua (Vizcaya) Miguel Ángel Blanco e hizo estallar en llanto y rabia a millones de españoles. Aunque han pasado 10 años, quienes conozcan a fondo la historia no podrán adentrarse en este espacio sin experimentar la turbación que conlleva aproximarse al punto exacto en que se consumó la tragedia.

Se comprende que Consuelo Garrido, la madre de Miguel Ángel Blanco, encontrara aquí cierta paz, la del camposanto, el día que quiso visitar la última tierra hollada por los pies de su hijo. Pero no es posible permanecer en este lugar sin preguntarse cuánta fue la angustia del condenado, qué pensó cuando le sacaron del maletero, maniatado y vendado de ojos y boca, qué sintió al pisar la hierba y notar el roce de las zarzas, qué olores, qué sonidos, penetraron en su cerebro. En esta corta ladera arbolada sin nombre, el rumor del tráfico de la autopista Bilbao-Behobia, invisible desde la hondonada, es tan intenso a las cuatro de la tarde que hay que cerrar los ojos y concentrarse en la escucha para percibir el murmullo del agua de la regata Oztaran que discurre a pocos metros del lugar del asesinato.

No hay placas, esculturas o crucifijos -la modesta cruz de palo que ensamblaron algunas manos en su día fue eliminada por los amigos de los asesinos-, pero alguien ha grabado la señal de la cruz sobre la corteza del roble a cuyo pie Miguel Ángel Blanco fue abandonado, moribundo, cumplidas puntualmente las 48 horas que ETA dio al Gobierno para que acercara a sus presos a Euskadi.

Los terroristas ejecutaron aquí el experimento del chantaje emocional masivo más depurado, y depravado, de su historia. Se trataba de hacer que España entera se identificara con una víctima propiciatoria: un chico joven, hijo de inmigrantes gallegos, buena persona y concejal de una pequeña población obrera. En línea con lo establecido en la "ponencia Oldartzen (acometiendo)" de "socializar el sufrimiento", se trataba de que todas las gentes de bien comulgaran con la persona de Miguel Ángel Blanco, le transfirieran sus sentimientos más nobles y se colocaran mentalmente en su lugar. Se trataba de llevar al conjunto de la población española al banco de pruebas de un chantaje inhumano con desenlace inminente, comprobar si podían dividirla y sojuzgarla, y luego matarnos a todos un poco con esos dos tiros en la cabeza que acabaron con la vida de su rehén.

"Amatxo (mamá), si a mí me pasara algo así, yo prefería que me mataran", comentó Miguel Ángel, en vísperas de su secuestro, ante las fotografías de prensa que mostraban el rostro cadavérico de José Antonio Ortega Lara, liberado por la Guardia Civil tras haber padecido un cautiverio de 532 días en uno de los zulos, "ataúdes vivientes", que ETA reserva a sus rehenes.

"Miguel era un chico muy nervioso y activo, bastante extrovertido. Contaba chistes con frecuencia y tenía un carácter fuerte, de esos que perseveran en los objetivos. Le gustaba tanto la música [era batería del grupo Póker, con el que amenizó algunas bodas, y admirador rendido de Héroes del Silencio] que la anteponía a sus estudios", comenta su hermana, Marimar....

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