miércoles, 17 de octubre de 2007

Fedra hoy

El mito de Fedra, llevado a escena recientemente en el madrileño Círculo de Bellas Artes, con un elenco de actores que incluía a la mismísima Ana Belén , se reproduce de un modo bastante fidedigno en las altas esferas político-mediáticas de la izquierda patria –si me permiten este último atrevimiento asociativo-.

Estaba Fedra bien casada con Teseo, habiendo dejado atrás un pasado bastante turbio -con abandono por parte de Teseo de su primera mujer incluido-, cuando, en un descuido viajero del héroe del Minotauro, la hija del rey de Creta cae perdidamente enamorada de Hipólito, su hijastro.

Fedra se encontró desgarrada entre dos lealtades, su matrimonio con un hombre al que admiraba profundamente, y su inconveniente atracción por el hijo de éste, el joven, casto y puro Hipólito.

Parece hallarse en parecida situación nuestro presidente del Gobierno. La guerra abierta entre Cebrián y Roures está poniendo a prueba viejas lealtades –también con un pasado repleto de claroscuros– entre el mayor grupo mediático y el partido político hegemónico a la izquierda del centro en España.

En el mito, Fedra cede a la tentación de su deseo, lo que, tras ser rechazadas sus pretensiones, desencadena una tormentosa sucesión de engaños y traiciones que termina con tres muertes: la física de Hipólito, la espiritual de un desquiciado Teseo, y la autoinfligida por la propia Fedra al contemplar el juguete roto fruto de sus incontrolables devaneos incestuosos.

A juzgar por lo acontecido en estos últimos meses, no parece que Jaume Roures –hombre fuerte de Imagina/Mediapro/La Sexta/Público– sea tan casto como el hijastro de Teseo. Tampoco parece que el respeto al padre ‘prisaico’ figure entre sus principios de acción.

La tragedia puede ser aquí mucho mayor para todos los interesados. Quizá, esta vez sí, el gran beneficiado sea esa pluralidad informativa tan cacareada por Rodríguez Zapatero cuando anunció la concesión de dos nuevas licencias televisivas en abierto. A juzgar por el principio de viraje editorial de los medios del Grupo Prisa, esta posibilidad se ha abierto por vez primera desde el acceso al poder del PSOE de Felipe González allá por 1982.

Jacobo Elosua

lunes, 15 de octubre de 2007

Satisfacción macroeconómica, descontento social

Publicado en Estrella digital

Luis de Velasco



Hemos leído estos días ataques a la política de comunicación del Gobierno reprochando, entre otras cosas, que no sabe comunicar sus logros en el terreno económico. La pregunta que cabe hacerse es si es que no ha comunicado bien o que lo que ocurre es que hay logros en esa política pero hay también pasivos importantes, pasivos que afectan y perjudican a una parte notable, incluso mayoritaria, de la población. Es decir, que no es tanto un problema del mensaje como del contenido. Hacerse esta pregunta en un momento en que el triunfalismo económico está a la orden del día puede parecer algo extemporáneo, incluso herético. Sin embargo, hay que hacérsela porque debajo de las luces hay muchas sombras.

Sería sectario no reconocer logros importantes como el crecimiento de la riqueza, la reducción de la inflación, el aumento del empleo, incluso el saneamiento presupuestario, así como otras medidas en el terreno social como el tema de la dependencia o el aumento de las pensiones. Lo primero es importante pues toda política económica y social seria y sostenible exige el respeto a los denominados equilibrios macroeconómicos. Lo segundo, lo denominado social, demanda, además de recursos, voluntad política.

Pero los pasivos también cuentan, y en nuestro caso están lastrando este modelo de crecimiento. Económicamente, la bajísima productividad y capacidad de competir de la empresa española, acompañada de un exceso de demanda que ha causado un desahorro privado creciente, explican el déficit exterior, en términos de PIB, el más alto de los países avanzados. Socialmente, hay acuerdo prácticamente unánime en que la sociedad española es mucho más injusta y desigual que una decena de años atrás. Empleo precario, tasa de paro todavía alta, inaccesibilidad de la vivienda, pensiones ridículas, salario mínimo insuficiente (la mitad por ejemplo que en Francia), el 58 por ciento de los asalariados (es decir, casi 11 millones de personas) percibiendo en el 2006 un salario bruto mensual inferior a 1.100 euros y uno de cada cinco asalariados ganando menos de 1.000 euros brutos al mes, participación decreciente de los salarios en el ingreso nacional, más de un cincuenta por ciento de las familias pasando apuros para llegar a fin de mes, cerca de ocho millones de personas en la pobreza absoluta o relativa. Son algunos, no todos, de los rasgos de la cara oculta de un “milagro” en el que la parte más destacada de los frutos del mismo, tanto en riqueza como en renta, va a un reducido porcentaje de la población donde están las remuneraciones millonarias, los blindajes astronómicos, las stock options, la corrupción urbanística, el tráfico de influencias, los artilugios para evadir los impuestos, mientras una parte notable de las capas medias, las que ingresan fundamentalmente por nómina, ven que el impuesto sobre la renta es cada vez más eso, un impuesto sobre las nóminas. Recordemos además el hecho de que un tercio de los billetes de 500 euros en circulación en toda la Unión Europea están en nuestro país, lo que demuestra el gran peso de la economía sumergida y de la ilegal. El aumento del gasto social (todavía muy por debajo del promedio de los países más avanzados) se hace no sobre una estructura de ingresos públicos progresiva sino cada vez más regresiva por el peso de ese impuesto de la renta así configurado y por el de los impuestos indirectos, regresivos por definición.

Pueden así coexistir y coexisten satisfacción macroeconómica e insatisfacción ciudadana. Así lo reflejan las encuestas, que permiten de esa manera que salga a la luz de vez en cuando, siquiera de esa manera impersonal y colectiva, esa insatisfacción como limitado e insuficiente contrapeso a la satisfacción de los beneficiados de este capitalismo financiero que aumenta las desigualdades y reduce las oportunidades. Ocurre además que esas capas de la población crecientemente marginadas del “éxito” y que no salen en los medios, se sienten más y más fuera del sistema, y eso se podría ir reflejando en su participación electoral. Puede que, salvando las distancias, el caso de EEUU sirva de ejemplo: allí la votación es, cada vez más, asunto de blancos y de clase media y alta. Digno de reflexión.
Luis de Velasco

domingo, 14 de octubre de 2007

CONTRADICTIO IN TÉRMINIS

Una de las batallas más importantes que está perdiendo el sentido común en esta nuestra nación y su política es la de las palabras. No son ya las derrotas sufridas frente al nacionalismo delincuente (¿Quién y qué define al “pueblo vasco”? ¿Quién ha dicho que la propuesta referendum de Ibarreche es “democrática”?¿Cuándo ha sido Cataluña “colonia”?,etc…) es que el mal se extiende rápidamente cual manipulación en ikastola.

Por ejemplo, hoy, podemos aprender que va a haber una ley de “Memoria Histórica”. Lo cual podría estar muy bien si no fuera porque la memoria, por esencia y definición, no puede ser histórica.

Veamos, en primer lugar, toda memoria es selectiva, como comprobamos en nuestra mente todos los días. Se ha quedado grabado lo que nos ha marcado, no lo que ha marcado a otros. Pero la Historia no es tal si no es omnicomprensiva, si no se vuelca sobre todos los aspectos de un episodio, de un acontecimiento, de un periodo. Primera contradicción.

En segundo lugar, la memoria , inherentemente, es subjetiva. Sea individual o colectiva, la memoria siempre es, por su propia naturaleza “de parte”. Nosotros, nuestras familias, nuestra peña, nuestra comunidad de vecinos, tenemos la memoria de lo que nos ha acontecido a nosotros, y con nuestros condicionantes mentales. Pero la Historia, la ciencia seria y no la propaganda que tanto utilizan los sistemas dictatoriales, tiene que tender a la máxima objetividad, a la neutralidad total. Segunda contradicción.

En tercer lugar, la memoria es arbitraria. No es únicamente que recordemos sólo una parte, que la recordemos “de” nuestra parte, por nuestra experiencia vivida intransferible, es que tambien la aplicamos “por” nuestra parte. Nuestra interpretación de lo que hemos vivido estará marcado por alegrías y dolores, por amores y rencores y nos hará tomar actitudes peculiares, no universalizables. En cambio la Historia debe deshacerse de toda interpretación sentimental, de todo parangón anímico para hacernos comprender mejor cómo hemos llegado hasta aquí ,y que colectivamente, aprendamos a construir mejor nuestro futuro. Tercera contradicción.

Los ejemplos sirven mucho: si mi padre me regañó un día con cachetes, yo no me acuerdo del motivo, yo sólo puedo saber lo que me dolió y como influyó en mi relación con él y esa anécdota influirá en la educación que le dé a mis hijos según haya interpretado yo aquello, ¿fue justo? ¿fue útil en mí? etc..Y todo eso no tiene nada que ver con lo que sociólogos y pedagogos deben estipular sobre el recto comportamiento de los padres.

Por lo tanto deduciríamos que mejor dejar a los historiadores investigar y contarnos la Historia global, y no a nuestra memoria. Eso sí, si se han atropellado aquí o acullá nuestros derechos, ábranse todas las vías, facilítese el acceso al resarcimiento individual de los atropellos. (Si mi padre es un maltratador, protéjame y compénseme el Estado, a mí, pero no haga una ley para decir como son todos los padres españoles).

Pero, ¡amigo! Con los políticos hemos topado. Habrán adivinado que en la “contradictio in terminis” de la memoria histórica quien se va a hacer gárgaras es la Historia. Tendremos una ley que sólo recordará una parte de lo acontecido en nuestro periodo más doloroso, que lo recordará según el subjetivismo de los políticos que la promocionan y que orientará a interpretaciones que favorezcan las demagogias de dichos políticos, y, de paso algún que otro patrimonio, porque siempre se podrá reclamar un edificio por aquí , unos fondos incautados por allá…que no sólo de Historia viven los partidos.

¿Es esta ley la que reclamaba ansiosa la mayoría de la nación? ¿Es lo que atañe de veras a la prosperidad y felicidad de los españoles de hoy? ¿Es la ley que va a vertebrar y cohesionar España? ¿Es una ley para los ciudadanos o para los políticos? Contestar a esto nos lleva a hablar del nivel moral de nuestros actuales dirigentes, solos o coaligados. Y eso, como decía R. Kipling, es otra historia.

Entique Calvet