Una de las batallas más importantes que está perdiendo el sentido común en esta nuestra nación y su política es la de las palabras. No son ya las derrotas sufridas frente al nacionalismo delincuente (¿Quién y qué define al “pueblo vasco”? ¿Quién ha dicho que la propuesta referendum de Ibarreche es “democrática”?¿Cuándo ha sido Cataluña “colonia”?,etc…) es que el mal se extiende rápidamente cual manipulación en ikastola.
Por ejemplo, hoy, podemos aprender que va a haber una ley de “Memoria Histórica”. Lo cual podría estar muy bien si no fuera porque la memoria, por esencia y definición, no puede ser histórica.
Veamos, en primer lugar, toda memoria es selectiva, como comprobamos en nuestra mente todos los días. Se ha quedado grabado lo que nos ha marcado, no lo que ha marcado a otros. Pero la Historia no es tal si no es omnicomprensiva, si no se vuelca sobre todos los aspectos de un episodio, de un acontecimiento, de un periodo. Primera contradicción.
En segundo lugar, la memoria , inherentemente, es subjetiva. Sea individual o colectiva, la memoria siempre es, por su propia naturaleza “de parte”. Nosotros, nuestras familias, nuestra peña, nuestra comunidad de vecinos, tenemos la memoria de lo que nos ha acontecido a nosotros, y con nuestros condicionantes mentales. Pero la Historia, la ciencia seria y no la propaganda que tanto utilizan los sistemas dictatoriales, tiene que tender a la máxima objetividad, a la neutralidad total. Segunda contradicción.
En tercer lugar, la memoria es arbitraria. No es únicamente que recordemos sólo una parte, que la recordemos “de” nuestra parte, por nuestra experiencia vivida intransferible, es que tambien la aplicamos “por” nuestra parte. Nuestra interpretación de lo que hemos vivido estará marcado por alegrías y dolores, por amores y rencores y nos hará tomar actitudes peculiares, no universalizables. En cambio la Historia debe deshacerse de toda interpretación sentimental, de todo parangón anímico para hacernos comprender mejor cómo hemos llegado hasta aquí ,y que colectivamente, aprendamos a construir mejor nuestro futuro. Tercera contradicción.
Los ejemplos sirven mucho: si mi padre me regañó un día con cachetes, yo no me acuerdo del motivo, yo sólo puedo saber lo que me dolió y como influyó en mi relación con él y esa anécdota influirá en la educación que le dé a mis hijos según haya interpretado yo aquello, ¿fue justo? ¿fue útil en mí? etc..Y todo eso no tiene nada que ver con lo que sociólogos y pedagogos deben estipular sobre el recto comportamiento de los padres.
Por lo tanto deduciríamos que mejor dejar a los historiadores investigar y contarnos la Historia global, y no a nuestra memoria. Eso sí, si se han atropellado aquí o acullá nuestros derechos, ábranse todas las vías, facilítese el acceso al resarcimiento individual de los atropellos. (Si mi padre es un maltratador, protéjame y compénseme el Estado, a mí, pero no haga una ley para decir como son todos los padres españoles).
Pero, ¡amigo! Con los políticos hemos topado. Habrán adivinado que en la “contradictio in terminis” de la memoria histórica quien se va a hacer gárgaras es la Historia. Tendremos una ley que sólo recordará una parte de lo acontecido en nuestro periodo más doloroso, que lo recordará según el subjetivismo de los políticos que la promocionan y que orientará a interpretaciones que favorezcan las demagogias de dichos políticos, y, de paso algún que otro patrimonio, porque siempre se podrá reclamar un edificio por aquí , unos fondos incautados por allá…que no sólo de Historia viven los partidos.
¿Es esta ley la que reclamaba ansiosa la mayoría de la nación? ¿Es lo que atañe de veras a la prosperidad y felicidad de los españoles de hoy? ¿Es la ley que va a vertebrar y cohesionar España? ¿Es una ley para los ciudadanos o para los políticos? Contestar a esto nos lleva a hablar del nivel moral de nuestros actuales dirigentes, solos o coaligados. Y eso, como decía R. Kipling, es otra historia.
Entique Calvet