viernes, 3 de agosto de 2007

Tecnófobos de ida y vuelta


Sí, lo confieso, yo también fui, en tiempos, un tecnófobo. Lo mismo que ahora reconoce ser Elton John; aunque debo decir que nunca, en esos oscuros años, llegué al nivel de cretinismo del cantante pop, que pide, ni corto ni perezoso, el cierre durante cinco años de Internet. Un lustro que vendría a demostrar para el moderno “sir” que se crea mejor fuera de casa con los amigos que en ella conectado a la red. Pero el catecismo del padre John no acaba ahí, ya que condena a los que (como usted y un servidor) blogueamos en lugar de salir a la calle con la pancarta de turno.

Por supuesto, los motivos que mueven a John a su cruzada son puramente altruistas: el fracaso en ventas de su último disco, del que culpa, cómo no, a las descargas de música. La ceguera reaccionaria que subyace en sus palabras es la propia de quien ha perdido algún derecho adquirido por defecto. En su caso el de pastor de almas bienintencionadas, en el que sólo tenía competencia entre sus compañeros de profesión en el mundo infinitamente más cerrado y lúgubre que precedió, hace un suspiro, a la eclosión de la segunda galaxia Gutenberg.

A la vuelta de la playa he experimentado el placer de conectarme de nuevo tras 15 días de ayuno. Un placer no exento de rabia por no haber podido contestar a tiempo a algún correo o por haberme perdido las últimas novedades del maligno universo bloguero (enhorabuena heterodoxos). Por fortuna, he recibido buenas noticias, ya que el año que viene, con un simple portátil, tendremos conexión en alguna playa española y podremos seguir pecando lejos del caluroso asfalto.
Julio Veiga

martes, 31 de julio de 2007

La importancia de llamarse pueblo


(Dedicado al ínclito Señor Anasagasti)

¿Qué es el pueblo español?. Sin duda difícil es abarcar la contestación en toda su magnitud, pero, por lo menos, podemos destacar tres características aparentes.

· Es evidentemente un conjunto multicultural y multiétnico de ciudadanos. No se reclamará nunca de ninguna pureza de sangre.

· No se opone ni agrede a ningún otro colectivo ni pretende romper ninguna unidad.

· Básicamente se define como el conjunto de los derechohabientes al DNI español, lo que es el fruto de una unión histórica conseguida a través de los siglos con sus conquistas, sus matrimonios, sus alianzas, sus enemigos comunes, etc….Como el pueblo francés o el alemán o el australiano, por poner.

¿Pero, qué es “su” pueblo para un político nacionalista de alguna región de España?. Eso , no sólo es más complicado e inasible, sino que puede llegar a ser inquietante. Y, sin embargo, sobre ese concepto se apoyan grandes objetivos disgregadores. Convendría delimitarlo.

Veamos, ¿es el pueblo catalán el conjunto de los habitantes de las cuatro provincias ibérico-catalanas? Evidentemente no, sería faltarle al respeto a los perpiñanenses, por ejemplo. Entonces ¿los habitantes de ese mito indefinido que son “los países catalanes”? No puede ser, no sólo porqué muchos habitantes de ese mito geográfico no quieren, sino porqué basar un pueblo con derecho de “destino en lo universal” (¿se acuerdan?) en la residencia es inconsistente. ¿Me destinan a Bilbao para trabajar y soy parte del pueblo vasco, me echan los nacionalistas, como a tantos huidos de la tiranía, y me convierto en pueblo murciano y decido jubilarme en Collioure, siendo parte del pueblo catalán? No es serio.

Nuestros nacionalistas tienen que encontrar otra cosa. ¿El idioma? Hombre, basar una segregación política en función del idioma empieza a ser inquietantemente excluyente y va contra la evidencia. Nadie va a pretender que todo el que habla inglés perfectamente pertenezca a un mismo pueblo y sería rayano en el racismo decir que los íbero-vascos castellanoparlantes no son parte del “pueblo vasco con derecho a decidir”. El idioma es uno más de los preciosos rasgos culturales que ayudan a delimitar a un “pueblo”. Pero uno más, y cultural, no político, como evidencian Suiza o la India.

Llegado a este punto , nuestro político nacionalista, que quiere mandar a toda costa a un “Pueblo con innegables derechos históricos” que no logra delimitar a efectos separatistas, se puede poner nervioso. Es el momento de sacar la pureza originaria. Formarán pueblo, a efectos políticos, los que tengan doce (u ocho, que tanto da) apellidos vernáculos en serie ininterrumpida (por lo que ningún maqueto o charnego habrá introducido impurezas en el linaje). Si tiene RH negativo, mejor que mejor.

Es posible que hayamos logrado trazar una definición confinada, al fín, de pueblo. ¡De pueblo elegido! Pero…¿A qué nos recuerda eso? ¿La raza aria? ¿El apartheid? ¿La limpieza étnica? ¿Los escritos de Sabino Arana? ¿Hutus y Tutsis?

Peligro, peligro……
Enrique Calvet

lunes, 30 de julio de 2007

Nadie dijo que fuera fácil

Escribía Jonathan Freedland –columnista del diario The Guardian- una muy interesante tribuna en el diario El Mundo hace escasa fechas.

Reseñando un libro publicado en los Estados Unidos -The Political Brain, de Drew Westen-, Freedland se animaba a hacer una serie de recomendaciones –bien intencionadas, asume uno, dada la conocida querencia del diario The Guardian hacia el Partido Laborista- al flamante nuevo primer ministro británico, Gordon Brown, de cara a las próximas elecciones legislativas en las islas.

Decía Freedland, basándose en las enseñanzas de Westen –profesor de psicología y psiquiatría especializado en el análisis de los procesos cognitivos por los que las personas absorben información-, que un candidato exitoso no puede limitarse a controlar datos y a acertar en todas las cuestiones estratégicas.

Los diversos estudios llevados a cabo por Westen y su equipo habrían demostrado, a través de experimentos claros y repetibles, que “el cerebro político es un cerebro emocional”.

Al parecer cuando los políticos hablan, en términos generales, estimulan una red neuronal de asociaciones –positivas y negativas- que se deben más a las emociones que a la razón. Esto puede parecer muy obvio, pero –siempre de acuerdo con Freedland- todo indica que los demócratas estadounidenses, a diferencia de los republicanos, no lo habrían comprendido aún.

Partidos como el PP, IU o antes el CDS, añado yo desde una perspectiva española, tampoco. Otros sí, con mención de honor, por supuesto, a la cohorte de partidos nacionalistas y caciquiles de diverso pelaje. En último lugar, en la confección de esta peculiar tabla de honor, creo que correspondería dar un accesit de quita y pon al PSOE dependiendo de la legislatura considerada.

El reto para un partido naciente, como Ciudadanos, consiste en lograr la presentación de la esencia de su mensaje -no de otro distinto, más populista-, de un modo que consiga despertar esas emociones. Tal y como titula Freedland, nadie dijo que fuera fácil.

Jacobo Elosua