viernes, 17 de agosto de 2007

UPN: más nacionalismo

Miguel Sanz, ya investido con pompa y boato gracias a la abstención socialista, quiere volar solo, sin las alas de la gaviota popular, y para ello reclama un grupo propio en el Congreso para que se oiga (sic) “la voz de Navarra”. En realidad siempre voló solo; su partido, un remedo de la versión conservadora o tradicionalista que todo nacionalismo tiene (junto a la izquierdista, igualmente reaccionaria) siempre ha sido, según dicta el infinitivo periodístico, la “marca” del PP en la Comunidad Foral.

Las siglas del pequeño partido, probablemente las más identitarias de España junto a las del PNV, han servido a los populares para parapetarse detrás de una supuesta legitimidad regionalista o foralista, eufemismos ambos que ocultan su verdadera naturaleza: simplemente nacionalista. Todo, una vez más, por evitar el debate de principios –racionales, ilustrados y modernos- que debería asumir un gran partido y que exigen la valentía de cuestionar los privilegios de las comunidades navarra y vasca. Privilegios asumidos desde el tradicional complejo de los no nacionalistas, con la sangre vertida por el terrorismo nacionalista vasco como inquietante y vergonzoso telón de fondo.

El vuelo libre de Sanz incluye el paso por la vicaría con la CDN de Juan Cruz Alli, tras el largo periodo de noviazgo y convivencia en común. El mismo Alli que ponía innumerables reparos a la presencia de Mariano Rajoy en Pamplona para defender el estatus quo de Navarra, la permanente letra pequeña del delirio euskaldún, versión terrorista incluida.

Ahora quieren grupo propio y empiezo a entenderlo y a anhelarlo. Al fin el PP podrá asumir en su seno, sin complejos, la visión nacionalista que le es propia en cada vez más lugares de España
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Julio Veiga

martes, 14 de agosto de 2007

El peor presidente de la historia

…de los Estados Unidos, en este caso. A poco más de quince meses de la elección presidencial en ese país, hay acuerdo unánime entre expertos, periodistas y encuestas en que Bush encamina a su partido republicano a una derrota gloriosa y que será un candidato demócrata, el próximo presidente del país.

Recientes encuestas otorgan a Bush un respaldo ciudadano de un treinta por ciento, igualando en este “ranking” de impopularidad de recientes presidentes, a un totalmente desacreditado Carter, en vísperas de su estrepitosa derrota ante Reagan. Para muchos, Bush es ya el peor presidente de la historia de Estados Unidos, título que hay que reconocer es muy difícil de lograr.

No es extraño, pues su historial en la presidencia es desastroso y hasta se ha enajenado a muchos de sus más fervientes seguidores, desde “neocons” hasta amplias capas entre los conservadores, tanto “sociales” como “fiscales”, y evangélicos. La victoria demócrata , si se confirma (nunca hay que descartar que los demócratas vuelvan a cometer errores decisivos, aunque esta vez parece poco probable), será no tanto una victoria por méritos propios como una derrota republicana, esta vez sí por méritos propios.

Sin duda que el error principal de la actual presidencia es la invasión de Irak, con pretextos hoy claramente admitidos por (casi) todos como burdas mentiras. Pero no es éste el aspecto que más preocupa al país sino la certeza de que no se sabe cómo salir del pantano (esto alcanza también al partido demócrata). La guerra es un mal que corroe día a día a la opinión pública y se da ya por perdida. Están ya arrumbados aquellos pretextos, posteriores a la invasión, de buscar una nueva región en paz y democracia, algo que hoy resulta grotesco cuando se acaba de aprobar la mayor venta de armas norteamericanas de los últimos años, al siempre fiel aliado Israel y a las “democracias” de la región, desde Arabia Saudí a Egipto. Todo ello agitando el espantajo del enemigo que siempre es necesario, esta vez no tanto Siria como algo más serio como es un Irán, camino del arma atómica que ya tienen vecinos como Israel, India y Pakistán. Está claro que esta catástrofe de Irak va quedar para el próximo presidente. Al fin y al cabo, el partido demócrata es también responsable, aunque en mucho menos grado, de esa catástrofe, especialmente algunos como la candidata Clinton.

El partido republicano ha sido siempre considerado como el “padre” de los ciudadanos, siempre vigilante en temas de seguridad interior y exterior y duro ante el terrorismo y el crimen. El demócrata, como la “madre”, más atento a temas “sociales”. Esa percepción, que llevó a la segunda victoria electoral de Bush (más como comandante en jefe que como presidente), hoy ha cambiado. Los demócratas no quieren volver a ser acusados de ser “soft on terror” (blandos ante el terrorismo) y de ahí, por ejemplo, la decisión reciente de aprobar una nueva ley en materia de escuchas que supone un claro recorte más en las libertades y la confirmación de que, en ese país como en otros como el Reino Unido, la seguridad se va imponiendo claramente a la libertad. El legado de Bush, que abarca, entre muchas otras ignominias, desde este tema hasta tantos otros como la muerte y los sufrimientos a la población iraquí pasando por Abu Ghraib, Guantánamo, las prisiones ocultas, los secuestros y las entregas a países que torturan, configura una herencia de quiebra moral y ética de enormes consecuencias en todo el mundo. Efectivamente, como se afirmó, el mundo es diferente después de los ataques del 11-S.

domingo, 12 de agosto de 2007

Idiomas nuestros, fronteras suyas

La tarea más urgente, tal vez, que les espera a los ilustrados y progresistas españoles del inicial siglo XXI sea rebatir una serie de lugares comunes absolutamente falsos (interesadamente falsos) que se han inoculado en la mente de los votantes con toda la mala intención disgregadora. Si la democracia consiste en elegir libremente, pero nunca desde la ignorancia ni el desconocimiento, uno se da cuenta de que la tarea además de urgente es crucial, y agradece la dedicación de los maestros como Savater, Azúa, Delgado-Gal, etc.. y por sólo citar tres.

En este escritillo, la benevolencia de Uds. permitirá que me centre en una de esas armas arrojadizas verbales y arteras que sólo crean división y rencor. Así, se ha establecido que los únicos defensores de las lenguas vernáculas que existen en España, fuera del castellano, son los partidos nacionalistas y los “verdaderos” indígenas (catalanes, gallegos, vascos) que son los que votan nacionalista. Ese es su deber (en exclusiva) y, ¡faltaría más!, es una defensa que tienen que ejercer “contra” los agresores que , se habrán dado cuenta Uds., somos el resto de los españoles que no votamos “identitario”.

Pues empecemos diciendo que el que esto redacta, como una multitud de españoles, considera un bien cultural inapreciable que en España haya tres idiomas regionales. No son muchos. En Francia y en Alemania, por ejemplo, hay algunos más, pero es estupendo tener por lo menos tres. Además, la extinción de una lengua viva es como si se cayera la catedral de León, una pérdida irreparable.

Por eso mismo, el máximo deber de proteger , preservar y difundir al catalán, gallego y vascuence recae ni más ni menos que en el Gobierno de España. (y para el catalán y vascuence, también en el francés). Y con mis impuestos, por supuesto, porque lo que le sucede a los mayores bienes culturales de España, estén dónde estén, me compete, me interpela y me afecta. Esa es la verdad que se ha de enseñar (por ejemplo en Educación para la Ciudadanía). También pueden y deben intervenir, por supuesto, otras Instituciones, como los gobiernos regionales o la UNESCO, por ejemplo. Pero nunca “contra” un inexistente enemigo, el Estado o el Gobierno, inventado con toda la mala uva para obtener más votos para las oligarquías secesionistas. El Estado, los ciudadanos españoles, somos los aliados en la defensa de “nuestras” lenguas vernáculas. Las de todos.

¿Qué tiene que ver esto con la inmersión y el ataque para desterrar al castellano de la vida pública y de los carteles en las carreteras? Absolutamente nada. Hemos dado un triple salto mortal y hemos pasado de los bienes culturales que nos unen a la política sectaria que siembra enfrentamiento, exclusión, pobreza…Ya no se trata de subvencionar teatro y películas en catalán, de promover, con dinero estatal, por supuesto, cátedras de vascuence en todas las Universidades de España, de sufragar televisiones públicas en gallego, de editar grandes y pequeñas obras en lenguas vernáculas, de programar estudios obligatorios de las lenguas indígenas en las regiones dónde tengan raíz histórica, etc…En vez se trata de excluir al castellano, de utilizar el idioma,no para comunicarse, sino para ser la marca de fuego que separe al “nosotros que lo sabemos de tiempo” (los buenos) de “los que apenas lo chapurrean” (los malos invasores), y de ahí, leña al mono como modelo de convivencia Ciudadana. Se trata de poner multas, de coaccionar en las escuelas, de impedir la libre circulación del trabajo, de crear ciudadanos de primera y de segunda. Se trata, en fin, de poner fronteras étnicas y sembrar enfrentamiento donde hubo potencial e ilustrada riqueza cultural.

Espero, y siempre exigiré, que nuestro Gobierno de España proteja y desarrolle continuamente nuestras lenguas españolas todas, cumpliendo con una obligación insoslayable. Sería indispensable que también cumpliera con otras obligaciones como hacer cumplir las leyes (La Constitución) y la de proteger el uso del castellano como lengua de comunicación universal en toda España y en todos los servicios públicos (Educación, Justicia, Sanidad…). Como en las muy democráticas Alemania y Francia, que decíamos antes.

Enrique Calvet