sábado, 10 de noviembre de 2007

Silencioso Tributo

Desde hace cincuenta años, cada vez que un europeo abre la boca para comer, lo que suele suceder varias veces al día, paga un silencioso tributo a uno de los más longevos y hábiles grupos de presión que ha conocido la historia.

Miguel Ángel Fernández Ordóñez solía decir, en su época como Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia que la mayor habilidad de un cártel es conseguir que sus actividades restrictivas formen parte del Ordenamiento Jurídico. En este sentido, la habilidad del lobby agrario ha sido sobresaliente: no sólo ha conseguido que sus prácticas sean legales sino que lo sean, además, a escala europea, conjurando así el peligro de verse perturbadas por eventuales disputas entre los Estados.

Pero, además, este formidable grupo de intereses consiguió, desde el principio, no sólo hacer pagar precios mayores al consumidor, como cualquier cártel de tres al cuarto sino, lo que ya son palabras mayores, hacer pagar a todos los contribuyentes.

Pero, aun más, este conglomerado de intereses ha demostrado una habilidad suprema al conseguir ser aceptado por la sociedad o, al menos, pasar desapercibido, salvo, claro está, para minorías de insumisos intelectuales de escasa relevancia. Semejante hazaña, en un contexto de libertad de expresión, no la ha conseguido ni la Iglesia Católica, maestra, donde las haya, de la supervivencia institucional.

España se sumó a la fiesta veinte años antes de su ingreso en la CEE, en pleno desarrollismo, con la aprobación de la Ley 26/1968, de 20 de junio, sobre creación del Fondo de Ordenación y Regulación de Productos y Precios Agrarios (FORPPA) hecho a imagen y semejanza del FEOGA comunitario. Esta ley fue unánimemente festejada como muestra de la preocupación del régimen franquista por los pobres agricultores.

Pocos tuvieron entonces la conciencia -y la valentía- de criticar una disposición que otorgaba migajas a los pequeños agricultores a cambio de llenar los bolsillos de los grandes terratenientes. Por fortuna, fui discípulo de dos de ellos, Luis Ángel Rojo y Pedro Schwartz y lector de aquella heroica revista "España Económica" apenas tolerada por su escasa difusión. EE era exponente de un pensamiento ilustrado y progresista, tan chocante para el nacionalsindicalismo como para una oposición imbuida de marxismo.

Muchos años tendrían que pasar para que esa corriente calara en los círculos intelectuales y políticos de Europa occidental. Aún más para que la derecha francesa, principal instigadora del atraco, eligiera a un Presidente ajeno a los sagrados intereses de la Limagne(Giscard) o de Corrèze(Chirac). No sé si Sarkozy irá a besar a las vacas a Porte de Versailles en el próximo Salon de l'Agriculture (23/2/2008). Me temo que sí: el rito social, adobado por la conveniencia, suele imponerse a las creencias; véase si no la insistente campaña de Zapatero "Gobierno de España".

Pero quizás Sarkozy también explicará por qué cuando los precios del mercado mundial de productos agrarios han superado todas las previsiones, los terratenientes siguen percibiendo subvenciones de la Unión europea.

O, al menos, debiera.

Juan Manuel Ortega

viernes, 9 de noviembre de 2007

¡A la hoguera con Savater y Carreras!

Publicado en Libertad Digital

Antonio Robles

Los linchamientos morales perduran persistentes en el tiempo. En las últimas semanas hemos asistido a la más clásica y burda simplificación interesada de las palabras de dos intelectuales: Fernando Savater y Francesc de Carreras, uno fundador de Ciudadanos - Partido de la Ciudadanía (C's) y otro, fundador de Unión, Progreso y Democracia (UPyD). Sus presuntos pecados han sido el haber cedido en un debate televisivo a la tentación de un referendo consultivo, caso de Francesc de Carreras y, Fernando Savater por haber soltado en una mesa redonda la frase: "España me la sopla".

He leído y escuchado de todo sobre este asunto, y casi nada de lo leído era sensato, a excepción de sendos artículos de los autores defendiéndose de los ataques.

Por causas que no vienen al caso, nunca antes estuvo tan lejos la política de la filosofía. Desde los griegos, la filosofía busca apasionada e inagotablemente la verdad. Nada, absolutamente nada, ni el interés, ni el cálculo interesado, ni los prejuicios y creencias le apartan de su tendencia insobornable por la verdad. En el extremo opuesto, la desprecian políticos sin escrúpulos ayudados por la prensa afín. El fin de estos no es la verdad, sino la cadena de intereses y peldaños que ensartan y les llevan al control de los demás. Y, sin embargo, jurarían que su existencia está al servicio del bien, del juego limpio, de la democracia, de la transparencia y de las personas. Una forma de decir que están al servicio del pueblo; es decir, la forma pública de mentir. Nunca antes estuvieron tan alejadas la filosofía y la política: ya no se discuten ideas, se alistan rebaños para aniquilar con votos previstos la posición discrepante. Es la cordada del forofo: no es necesario pensar ni discernir nada, basta con arremolinarse alrededor del grupo y arremeter al unísono. Es aplicable a las propuestas parlamentarias, a los debates mediáticos, a las guerras internas de los partidos o a los partidos entre sí. Una verdadera derrota del pensamiento y, por ende, de la democracia misma.

El linchamiento de Francesc de Carreras y de Fernando Savater está adobado con ese corrosivo proceder político y periodístico. Un comentario y una frase; es decir, dos titulares sin contexto ni argumentos, casi sin voluntad de completarlo con la información que todo titular necesariamente ha de tener, han bastado. Y, de fondo, la búsqueda interesada de su ruina o de las formaciones políticas de las que han sido fundadores.

No importa que Francesc de Carreras haya explicado durante años en artículos y conferencias, o se haya comprometido pública y políticamente con la defensa de la legalidad constitucional que impide a las comunidades autónomas hacer referendos de autodeterminación; basta con una frase en un debate televisivo más o menos desafortunada para que le atribuyan otra de sentido muy distinto que nunca llegó a pronunciar. Conozco a Carreras, pero sobre todo conozco lo pesados que son los nacionalistas. La tentación de mandarlos a paseo o de soltarles: "para ti la perra gorda" cada vez que caen sobre uno con toda su aburrida pesadez, es humana y más en discusiones bizantinas sin más trascendencia que una más de las infinitas broncas mediáticas a que nos tienen acostumbrados.

Nunca llegó a defender, ni apoyar la celebración de referendos de autodeterminación o soberanistas, ni afirmó que la Constitución del Canadá establezca los referendos consultivos. Muy al contrario, dejó claro que el sistema constitucional español no permite el referendo de autodeterminación. Y lo que soltó –seguramente harto de tanto pesado nacionalista–, es la posibilidad de un "referendo consultivo que pueda tener en cuenta el Estado". Google nos permite ir a la fuente. Seguramente no debería haber caído en la provocación, pero es un intelectual, no un político acostumbrado a decir lo que el votante quiere escuchar. Para un intelectual no rigen esas reglas, para un intelectual, la regla es la complejidad del mundo y su comprensión. O sea, está más cerca de la filosofía que de la política.

Es la mala fe o la pereza intelectual de quien pretende cargar tintas o buscar daño por no ser el personaje santo de su devoción los que reducen el comentario a un titular, sometiendo la complejidad de su pensamiento a un slogan. Si repararan dos segundos y le preguntaran por el asunto cerveza en mano o mesa de conferencias por medio, seguramente les explicaría la imposibilidad de celebrar referendo alguno en el marco de la Constitución española actual; que el sujeto jurídico de ese derecho es todo el pueblo español y que no hay otra forma de llegar a tal referendo que la modificación de la Constitución a través de los mecanismos democráticos que ella misma contempla. Y si todo eso ocurriese y le picáis un poco más, lo mismo os escenificaba el laberinto estúpido donde nos meteríamos sin saber qué porcentaje debería ser suficiente para fundar derecho y obligación, qué abstención sería soportable para dar validez a tal referendo o por qué habría de celebrarse cada 20 años en vez de cada 120 en caso de salir negativo.

Pero como al perro flaco todo son pulgas, arrastra desde hace tiempo la leyenda de que en realidad esa concesión sólo es la evidencia de que no cree en Ciudadanos como partido nacional, sino como instrumento circunstancial para obligar al PSC a rectificar su deriva nacionalista. Méritos ha hecho en el pasado para dar credibilidad a esta hipótesis, pero aún así Ciudadanos es un partido donde él no es más que un militante; influyente, pero sólo un militante. Y en último extremo, si así fuera, tal idea era tan legítima como cualquier otra. Y les aseguro que en Ciudadanos escaso apoyo tendría, pues tenemos claro que el sujeto jurídico es todo el pueblo español y nadie, incluidos los lehendakaris broncas de turno, están por encima de la ley, sino sujetos a ella.

El caso de Fernando Savater, si acaso, es más claro. Quién conozca su obra, sobra todo comentario. Como defensor incansable de la Ilustración, entiende a cualquier Estado que sea digno de tal nombre, como un Estado democrático formado por ciudadanos libres y no por vasallos o súbditos. Él mismo dice: "Quienes defendemos la unidad del país y la igualdad de todos dentro de él –leyes iguales para todos y todos iguales ante la ley– lo hacemos porque sin unidad e igualdad no puede haber garantía democrática de nuestras libertades". España no se la sopla, si a ese Estado se refiere; al contrario, la vive desapasionadamente, como se deben vivir los espacios donde transcurren nuestras vidas, como el espacio donde se ha dado y se da su única patria posible: la infancia. Lo que se la sopla es ese concepto nacionalista basado en sentimientos atávicos, a menudo esgrimidos por ciudadanos de buena fe que han hecho de la patria un estremecimiento platónico de existencia natural y eterna que nadie puede cuestionar, pero a menudo también por patriotas descerebrados que toman a la patria como una extensión del útero materno cuyo cuestionamiento es motivo de pelea. Inútil hacer comprender a un nacionalista que lo es de manera circunstancial y por azar. Podría haber nacido en el país vecino y ser tan cerril en su defensa como en el desprecio que hoy le profesa por haber tenido la ocurrencia de haber nacido en el de enfrente.

Pero ¿qué importan estas sutilezas para quién está dispuesto a aprovechar la ocasión que le brinda el titular y arremeter contra el viejo enemigo intelectual o el nuevo adversario político?

No se le puede exigir a Savater que se coma las palabras; vive de recrearlas y multiplicarlas, de imaginar ideas y enlazarlas en abigarrados racimos llenos de sutiles pensamientos. Su actividad no es la publicidad, sino la filosofía, o sea, esa cosa que sirve para darse cuenta que no sabes nada de casi todo.

Ya quisiera yo que hubiera en España cien mil españoles como estos, en lugar de los cien mil hijos de San Luis amedrentando al personal desde las periferias nacionalistas.

Antonio Robles

jueves, 8 de noviembre de 2007

El ciudadano y la rosa

Publicado en el Diario EL Mundo del Siglo sección de opinión XXI -8/11/2007

Francisco Sosa Wagner

A duras penas vemos cómo aparecen en el espacio político español nuevas ofertas que tratan de corregir las tradicionales, representadas por los partidos mayoritarios. No les va a ser fácil encontrar un hueco en los medios de comunicación para hacer llegar sus mensajes a los ciudadanos, porque suponen una novedad y todo sistema establecido es reacio a acogerlas en su seno. Me parece que es el profeta Mahoma quien asegura que toda innovación es extravío y a esta máxima parecen acogerse los actores que se mueven en el escenario donde se representa el juego democrático instaurado en España hace ya 30 años.

Tiene cierta gracia que, entre nosotros, pueda hablarse todavía de progresistas y conservadores en relación con los partidos políticos, cuando lo cierto es que los establecidos constituyen el ejemplo más acabado y sólido del conservadurismo, si por tal se entiende su vocación por conservar el poder así como el mecanismo electoral que les permite llegar a él y disfrutarlo. Cualquier perturbación les incomoda, como incomoda a todo burgués cualquier reivindicación que altere su digestión de individuo instalado y satisfecho.

Hemos llegado a una situación en la que, incluso quien acumule varias afecciones oculares, advertirá que la democracia en España ha sido literalmente secuestrada por los partidos políticos, que se han apropiado de ella y la tratan y manejan a su antojo, según lo imponen sus cambiantes caprichos. Podría afirmarse que nuestra democracia es una democracia adúltera, que ha abandonado a su legitimo cónyuge, que es el pueblo, para irse de jolgorio con los partidos mancillando así un acto sagrado. Todo el supremo enredo al que estamos asistiendo relacionado con el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional -enredo de comedia y no alta, sino de sainete con tintes de astracán- tiene su origen en el hecho de que los partidos políticos no se contentan con ejercer las sustanciosas funciones que les asigna el artículo 6 de la Constitución de 1978, sino que pretenden, además, manejar, por medio de un artilugio a distancia, el sistema nervioso de la justicia, haciéndola sierva de sus ocurrencias, humores y humoradas. Orillando todas las barreras convencionales y aun las buenas maneras. Esta actitud trastoca por completo el edificio de los poderes constitucionales, tal como han sido configurados por la ortodoxia jurídica, y es ocasión para que salte por los aires esa teoría política perfilada y sutil que es cabalmente la teoría democrática.

Pero a los partidos políticos tradicionales parece darles jamás, convencidos como están de que lo importante es conseguir victorias, pequeños triunfos parciales, los que se obtienen en cada enfrentamiento, en cada esquina, armados con el trabuco de la intriga, frente a un rival convertido en hostis, aunque esas victorias lleven al deterioro irreversible del sistema y lo instale en el corazón de las tinieblas.

Liberar a la democracia del entramado diabólico de llanas que han ido tejiendo los partidos políticos y dotarla de nuevo de un aspecto elástico, fibroso y ágil, no es tarea de un fin de semana. Y no lo es precisamente por el carácter conservador de sus actores, engastados ya hoy en unos privilegios que les permiten saciarse en los pechos del poder y derramar en su entorno beneficios, prebendas y premios de análoga manera a como las derramaba el monarca absoluto: para asegurar lealtades y adhesiones.

Sin embargo, si no queremos convertimos en estatuas o limitamos a llorar en las puertas de los templos, se impone intentar al menos la transformación del tablero donde se juega el juego trocado. Y uno de los modos es abrir el abanico de las ofertas electorales, ampliando su espectro. Es decir, creando nuevas formaciones políticas.

Nuevos partidos. Éste es el empeño en el que se hallan embarcados algunos arrojados en el escenario español. Su actitud gallarda, con maneras que se atreven a desafiar la inmovilidad de las cosas, es un júbilo -en el que tintinean muchas alegres campanillas- para quienes creemos que el sistema democrático, porque está regado con los mejores fertilizantes, es capaz de limpiarse de adherencias indeseables y regenerarse.

El ejemplo alemán es bien elocuente: la irrupción de los verdes en el panorama político se produjo cuando un grupo de personas se percataron de que ni el partido socialdemócrata ni el cristiano demócrata o el liberal les representaba en sus planteamientos políticos que por supuesto nada tenían que ver con las monsergas de la identidad a la que tan dados somos por estos pagos, sino con cuestiones más concretas como la política fiscal, la de transportes o la de energía. En 1977 consiguieron los primeros concejales y en 1998 entraron triunfales en el Gobierno federal de Berlín de la mano de la socialdemocracia. Han remado en muchas singladuras y han servido para remover las aguas de la política alemana, ejerciendo además una influencia determinante en la renovación de las formaciones políticas tradicionales.

En España, me parece que no me equivoco si afirmo que las nuevas propuestas tienen todas ellas un denominador común: el deseo de limitar la influencia de los partidos políticos nacionalistas (especialmente, vascos catalanes) en el Gobierno de España. La situación, por su evidencia, es bien conocida: una ley electoral, confeccionada cuando, después de habernos confesado los pecados del franquismo, estábamos cumpliendo la penitencia impuesta por las exigencias de la Transición, ha primado en las Cortes a tales formaciones. Y éstas han usado y abusado de su posición de dominio para condicionar a los gobiernos de España: a los que han sido, al que es, y -si no se remedia- al que será. Y lo han hecho abiertamente o envueltas en gemidos engañosos o en melindres de desdén. Partidos que simplemente no creen en el Estado, pues algunos no se recatan en ocultar su vocación independentista -incluso la proclaman con descaro-, son los que han de ayudar a los partidos nacionales en su tarea de conducir y gobernar ese mismo Estado. Es decir, estamos autorizando a las lubinas a que redacten el reglamento de la piscifactoría. Un despropósito de dimensiones colosales. Muchos somos por ello conscientes del gran trampantojo que se exhibe en nuestra fachada democrática.

Ahora parece que tenemos la suerte de que unos pocos están dispuestos a contribuir a desmontar el engaño. Alegra porque justamente es la denuncia del engaño la tinta con la que siempre se ha escrito la historia del progreso. Ocurre, sin embargo, que estos bien intencionados políticos, digámoslo claramente, las gentes de vahos foros cívicos, las personas que se mueven en torno a los Ciudadanos de Cataluña o se han afiliado al partido de Fernando Savater y Rosa Díez, se nos presentan divididos y enfrentados por cuestiones que parecen bien secundarias y desde luego puramente nominales.

Gran lástima produce tal espectáculo y gran decepción para quienes seguimos sus movimientos con la esperanza de que logren agitar el panorama político, embalsamado en enredos sectarios y en ritos cómplices. Porque ese objetivo, el de descomponer el atrezzo de la escena española, sólo se logra con un racimo de diputados en las Cortes. Y, a su vez, esa presencia exige que se emita un mensaje nítido al votante resumido en la siguiente fórmula: vótenos para conseguir que los partidos nacionalistas dejen de condimentar todas las salsas de la política española. Así de simple. Me parece que poco más hay que discurrir en punto a líneas programáticas o banderas ideológicas.

Porque si, a las dificultades que el sistema político establecido vaya aparejando con los potentes medios a su alcance, se unen las derivadas de una carrera en solitario, ayuna de armonía o tintada por personalismos extemporáneos, los resultados serán catastróficos para los abanderados de tan noble causa y -lo que es fatal- para el tratamiento anti arrugas que reclama nuestro sistema democrático.

Es decir, nos quedaremos sin el ciudadano y sin la rosa.

Francisco Sosa Wagner

catedrático de Derecho
Administrativo y autor

(junto con Igor Sosa Mayor) de El Estado fragmentado

Inmoral

Publicado en elpais.com

Elvira Lindo


 

¡De acuerdo! Podemos concluir que en el documental de Al Gore se respira una verdad incómoda: todo parece estar al servicio del nuevo héroe. Coincidimos en que hay mentes infantiles que no habrían reparado en el asunto del cambio climático hasta que vino Supergore y lo contó, y en que el superhombre no está sobrevolando el mundo sólo para salvar la Tierra; está claro que al titán le atraen también esos pingües beneficios que ya quisieran oler los científicos que están sobre el asunto. Acordaremos que el tono del documental es, por momentos, pueril, pero también que los americanos son tan geniales en el show business que han conseguido sacar de un político envarado al actor que todo yanqui lleva dentro. Podremos ironizar sobre esa troupe de actores que al fin han encontrado a su dios en la Tierra (mientras están entretenidos con Gore, al menos, no visitan a Chávez). Y ampliaremos la ironía hasta esa escuela de profetas que tiene ya en España su sede. Aún más, podremos poner en duda la oportunidad de esos premios, el Nobel y el Príncipe de Asturias, que convierten la figura en incuestionable. Todo eso y más. Incluido el rechazo a convertir las hipótesis científicas en artículos de fe. Pero en lo que no podemos estar de acuerdo es en la banalización, en convertir un debate que existe a escala mundial en el típico partido Zapatero-Rajoy, porque eso nos arroja una vez más al catetismo. La posibilidad de un cambio climático provocado por el CO2 no es un invento de Gore ni tan siquiera de Zapatero, como parecen creerlo algunos por la ferocidad con la que se oponen al cambio climático. El asunto recuerda a la manera con que las tabacaleras sembraron la duda sobre los efectos perniciosos del humo en los pulmones. Pero hay algo más, ningún científico debiera afirmar desde EE UU, el país más derrochador del mundo, que no vale la pena reducir el gasto energético. Es sencillamente inmoral.

Elvira Lindo

lunes, 5 de noviembre de 2007

Albert Rivera (Iñaki Ezkerra)

Publicado en El Correo Digital

Llegó en cueros al ruedo de la política catalana aunque no con la arrogancia del exhibicionista sino más bien con un aire desasistido de tierno superviviente de la clásica novatada de internado. La de sacar en los carteles electorales en bolas al candidato es una de esas ideas por las cuales uno nunca sabrá si el publicista merecía una subida de sueldo o el despido. Sea como sea, Albert Rivera es hoy un político que de novato no tiene nada y que ha sabido hacerse en poco tiempo una coraza de inteligencia, de sensatez y de temple que en nada se parece a las conchas del galápago que en ese oficio andan tan al uso. Albert Rivera es de los pocos políticos que he conocido que saben escuchar con curiosidad y hablar sin dogmatizar, que discuten con naturalidad y se dejan contrariar sin dar los típicos respingos de superioridad ofendida del inseguro, del mediocre, del ególatra, del doctrinario o del espeso al que han maleducado el puesto en el aparato y los votos no merecidos.



Albert Rivera es en realidad como Ciudadanos, un partido aún pequeño pero que supone, sin duda, uno de los grandes acontecimientos de la democracia porque ha surgido desde abajo; porque es el primero y el único en surgir desde abajo, desde la propia ciudadanía que en un momento dado siente la necesidad de organizarse al no verse ya representada por las grandes formaciones, presas de su cansancio, su esclerosis o su vaciamiento ideológicos, su endogamia, su prepotencia, sus inercias, sus tacticismos crípticos, sus intereses particulares y su miedo a perjudicar éstos. Constatar este hecho a mí me parece que ya no es ni siquiera hacer política sino sociología, pura justicia y observación de lo que está pasando en España. Lo interesante, lo saludable, lo esperanzador de Ciudadanos está en que no es un partido creado desde arriba por un líder político sino que surge en una sociedad carente de liderazgo por culpa de esa carencia precisamente y que se ha visto en la necesidad de crear un líder propio en vez de pedirlo hecho de encargo. No estamos tampoco ante un partido de divos sino de gentes normales con un buen nivel cultural medio y una ilusión por teorizar, por revisarlo todo, por discutirlo todo que yo no recuerdo desde la Transición y que ya no hay ni en el PP ni en el PSOE por diferentes motivos. Estamos ante una peña cansada de todos los dogmas de izquierda y derecha que ha padecido en sus carnes y que trae un aire fresco, un nuevo, receptivo y ecléctico estilo civil que se plasma en el plano ético y en el estético. No hay en su discurso ni en su ropa el remilgamiento teresiano típicamente pepero ni los excesos de nuevo rico del sociata que ha pillado sillón. Ese partido hoy parece desnudo, como su líder en su día, pero guarda en sus bases el arropamiento moral que necesita la izquierda de este país.


Iñaki Ezkerra

Peor perspectiva económica

Publicado en Estrella Digital
Luis de Velasco


El alza del índice de precios al consumo armonizado (que anticipa fielmente el IPC que será publicado en los próximos días) sitúa la evolución del mismo, en los doce últimos meses, en el 3,6 por ciento, un resultado muy malo.

Esta alza obedece principalmente a dos capítulos, combustibles y alimentos elaborados, concretamente la leche y el pan. De ahí que la inflación subyacente sea menor, pero eso es magro consuelo para los consumidores, a quienes les preocupa la cesta de la compra y cuánto les cuesta llenar el depósito del coche. No hay duda de que en estas alzas juegan factores externos. El precio del petróleo está alcanzando niveles récord, muy superiores a los del año pasado por estas fechas. En los productos agrícolas, sobre todo en los cereales, las alzas en los mercados mundiales son palmarias. En ambos casos hay factores de insuficiencia de oferta (factores políticos en países productores de petróleo, cosechas escasas en los segundos) y de gran demanda, especialmente de los ahora llamados países emergentes con China, una vez más, a la cabeza, así como factores especulativos, siempre presentes y casi siempre olvidados.

Pero también es cierto que no toda la culpa debe recaer en esos factores externos. En la comercialización de combustibles en nuestro país sigue siendo clave el oligopolio de tres empresas que impide una verdadera competencia en las estaciones de servicio. La privatización no ha traído, una vez más, la liberalización. Algo parecido, en cuanto a posiciones de dominio del mercado y de posibles acuerdos, ocurre en la comercialización de alimentos, sean o no elaborados. Las famosas rigideces de los canales de comercialización siguen ahí, permanentemente. Algo o mucho queda por hacer en ambos aspectos, que agudizan la permanente tendencia de la economía española a situaciones de tensiones inflacionarias.

Todo ello, al aumentar el diferencial de inflación con nuestro vecinos y competidores, daña la capacidad de competir de las empresas españolas, capacidad ya de por sí muy escasa como lo muestra el mejor indicador que es el enorme déficit comercial, el mayor del mundo en términos del PIB. Nuestro sistema productivo, que ya no puede competir simplemente por costes y que difícilmente puede competir en sectores de los que carece de tecnologías avanzadas, está, desde hace años, en difícil situación en la cambiante división internacional del trabajo. La mejor prueba, la ya señalada del alto déficit comercial y la no ganancia o, incluso, pérdida de cuota en el comercio internacional de bienes.

La inflación tiene además efectos sociales muy perjudiciales para los ciudadanos más débiles. Es el impuesto más regresivo porque daña mucho más a estos sectores. Si a esto unimos la certeza de haber entrado en fase de crecimiento más lento de la economía, la conclusión es que el Gobierno encara un tiempo electoral en situación peor de la que le habría gustado. Aunque es cierto que, previsiblemente, en los inmediatos meses la inflación se moderará y los efectos, especialmente en el empleo, de ese menor crecimiento de la producción se notarán escasamente. Además, tampoco sabemos si el ciudadano votará mirando a su bolsillo o tendrá en cuenta otras cosas muy graves que están ocurriendo en este país nuestro por culpa, casi exclusivamente, del Gobierno.
Luis de Velasco

domingo, 4 de noviembre de 2007

El nacimiento moral del Partido de la Ciudadanía

El nacimiento de partidos, como Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, y otros, tienen una justificación moral (o ética, para nosotros sinónimo,) que conviene resaltar por lo que tiene de indicativa de un particular momento histórico. Diríamos de una particularidad española en el conjunto de la U.E. que coloca a España en situación de grave desestabilización.

En efecto, el nacimiento de nuevos partidos o movimientos (p.e. el del Sr. Bayrou en Francia) son acontecimientos estrictamente políticos que corresponden a deseos de conducir la gestión de los asuntos públicos de otra manera, o, a lo sumo, de priorizar unos valores sobre otros dentro de la amplia panoplia de los valores compartidos por la civilización occidental (equilibrios seguridad / libertad, libre empresa / solidaridad, eficacia /distribución, etc…). No es nuestro caso. Nuestro caso es que, prioritariamente, se produce un acto de rebelión moral que trasciende a la gestión política.

Dos son los inmensos errores del gobierno del Sr. Rodríguez (Zapatero). El primero, la gestión de la política para acabar con el terrorismo. Nadie duda hoy que se ejerció con una torpeza muy peligrosa y una incompetencia que ha terminado reflotando los objetivos y la capacidad destructiva del terrorismo, que estuvieron bajo mínimos. Pero es lo cierto que cabe admitir que las intenciones eran buenas y la finalidad perseguida compartible por todos: acabar con esa tragedia para España que es el terrorismo vasco. Desastrosa fue la estrategia, pero nada se puede reprochar a la intención. No creemos que ese motivo hubiese sido suficiente para el nacimiento de C’s.

Pero esto se acompañó (y se entrelazó) con otro error que, ese sí, resultó infame. Por motivos estrictamente partidistas, de ansia de poder, e incluso, de ambiciones personales (como entregarse a un PSC hipernacionalista para ganar un Congreso) el gobierno se entregó a los separatismos más o menos encubiertos, más o menos explícitos. Es cierto que el terreno venía abonado por la costumbre de pactos con nacionalistas obligados por nuestra nefanda y poco democrática ley electoral, pero las cotas alcanzadas en esta legislatura rompen la barrera moral. ¿Quién, en Europa, pactaría con un partido cuyo objetivo es destrozar España, como ERC? ¿Quién permitiría la presencia en el CGPJ de un perjuro destructivo como López Tena? ¿Quién permitiría la consideración de legal a ANV o al partido comunista de las tierras vascas?¿Quién permitiría a sus huestes negociar oficialmente con Batasuna? Y no faltan ejemplos.

Pero, además, se produjo en ese momento, y simultáneamente, otra perversión moral. Al dar carta de naturaleza y poder al independentismo (¿se acuerdan de quién se declaraba abiertamente independentista y ponía fechas a la secesión hace cuatro años? Nadie) , al legitimar el establecimiento de nuevas fronteras, al colaborar con la creación de ciudadanos de primera y de segunda, al establecer relaciones bilaterales con regiones de España, al romper la solidaridad tributaria, al romper el modelo de Estado de los ciudadanos para pasar a un cuasi estado desigual de los territorios, el P.S.O.E. traicionó los principios esenciales de la izquierda. No se trata de políticas sociales más o menos eficaces, que bienvenidas sean; la infamia está un peldaño más arriba, se trata de traicionar valores como solidaridad, igualdad de derechos, la lucha por el ciudadano universal, la fraternidad, la primacía del individuo sobre la tribu, etc… Por tener poder político, el Sr. Rodriguez traicionó valores morales, supuestamente inalienables, de la izquierda. Eso sí impulsó el nacimiento de Ciudadanos, primero en Cataluña y, ahora, en toda España.

El Partido de la Ciudadanía, nace así, en particular, como rebelión moral ante esa traición y para defender que debe existir un partido en España que vuelva a respetar los principios y valores del centro-izquierda y con suficiente amplitud de miras como para proponer un pacto de Estado con los partidos dispuestos a frenar los graves ataques contra la ciudadanía que acarrean las políticas nacionalistas.

Cuando C´s propugna que no se negocie con terroristas y que no se pacte con separatistas, ya sean estos de alta o baja intensidad, y que, a la vez es progresista en lo liberal y en lo social demócrata, está diciendo exactamente eso: que las verdaderas políticas estructurales que beneficien a los ciudadanos deben, primero, respetar los valores sobre los que se sustenta la convivencia universal de los ciudadanos. Y eso es una postura moral.

Cuando en los países tradicionales y antiguos de Europa la política trata de implementar y reforzar los valores indiscutibles recogidos en la Declaración universal de los derechos humanos, en España , algunos nuevos partidos se conciencian de que han de luchar, primero,para que se vuelvan a respetar algunos de esos valores. Como no perder la igualdad de derechos para todos los españoles, por ejemplo, su no discriminación por razones de etnia o lengua secular. Parece que Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía ha nacido para estar en esa lucha en primera línea.

Enrique Calvet