Lo bonito de la noche electorales es que casi todo el mundo gana. Algunos ganan en número de votos, otros en porcentaje, otros en número de concejales, e incluso alguno no tiene pudor en afirmar que está contento porque ha ganado cuotas de poder.
También están los que han perdido poco o menos que los demás, los que han bajado pero bajado poco, los que han bajado pero se consuelan porque esperaban bajar más, o los que, incluso, están felices porque “los otros” se han dado el batacazo.
Ante tanto triunfo, es lógico que corra el champagne, y que al día siguiente los análisis se hagan bajo los efectos de la resaca electoral. Algunos, rápidamente, buscan la cabeza de turco; otros comienzan a diseñar la política de alianzas: a quienes llevan meses insultando pasan a tratar con respeto, a quienes demonizaban les tienden la mano. Se juegan mucho, se juegan el poder.
También resulta muy curioso las interpretaciones que los políticos hacen de los resultados electorales. Por ejemplo, si un partido sube 5 puntos y su rival baja 3 puntos, lo que origina un cambio de gobierno, el ganador afirma rotundo: el electorado ha votado por el cambio. Es decir, que los que no han votado por el cambio, que son la mayoría, parece que no pintan nada. Siguiendo este método de análisis, si un candidato obtiene más del 40% de los votos, indica claramente que la ciudadanía apoya sin fisuras al nuevo líder.
Va a ser cierto lo del informe Pisa, que afirma que los españoles cada vez estamos más verdes en Matemáticas. Pues nuestros grandes líderes confunden siempre mayoría absoluta con totalidad, minoría mayoritaria con mayoría relativa, y triunfo relativo con triunfo total y absoluto. Y lo que es peor, se olvidan del denominador de la fracción, ya que ignoran a aquellos que no votan, a aquellos a quienes no convencen ningunos de los candidatos, a aquellos que se abstienen porque a nadie les ilusiona votar. Y curiosamente, también se olvidan, o prefieren olvidarse, del voto que empieza a estar de moda, del voto más extraño, del llamado voto de en blanco.
En definitiva, que a los políticos profesionales, la abstención y el voto en blanco no les interesa demasiado. Prefieren ignorar su existencia. Así, salen las cuentas, así la noche electoral pueden seguir pensando que todos han ganado.
Carlos Cistué