‘RIP’ al Impuesto sobre el Patrimonio
Luis de Velasco En unas recientes jornadas organizadas por el semanario liberal The Economist, en presencia de una nutrida representación de las clases dirigentes del país (las puestas en escena siempre mandan un mensaje), el presidente del Gobierno firmó el certificado de defunción del Impuesto sobre el Patrimonio. Zapatero proclamó el deseo de contar con un sistema tributario "razonable, equilibrado y simplificado". Obsérvese que ha desaparecido la mención de "equitativo", una de las señas de identidad forzosa de la socialdemocracia. Sin equidad en el ingreso público, no cabe hablar de política redistributiva en el gasto. Por eso, hablar de que Zapatero prosigue su viaje el centro tras esta decisión es un error. Se ha encontrado con Rajoy, que lo ha recibido con entusiasmo. Lo que está detrás de esta decisión, una más, es una determinada visión de lo público, visión que se inscribe plenamente en la ideología dominante desde Thatcher y Reagan que, en síntesis, sostiene que los gobiernos (es decir, lo público en la economía) no son la solución sino el problema. En el caso español, aderezado por la creencia, impuesta desde los círculos dominantes de pensamiento, de que la "carga fiscal" (y ya hablar de "carga" es sintomático) es insoportable. No es cierto, las estadísticas comparativas demuestran lo contrario, que nuestra presión fiscal sigue por debajo de la media de la UE. Pero esa afirmación se ha impuesto como "verdad" incontrovertible. Este impuesto, que se presenta como un azote más de las clases medias, afecta a poco más de 900.000 personas. Escasas clases medias hay en nuestro país. Pero más escasas son las clases altas, pues sólo 132 contribuyentes declararon en el 2005 más de 30 millones de patrimonio. País de pobres, ¿qué ha sido de las grandes fortunas, las de siempre y las de ahora? Ese año, poco más del 70 por ciento de los contribuyentes aportaron el 25 por ciento de la recaudación, mientras que el 6,5 por ciento aporta más del 40 por ciento. La dispersión es notable, lo que quiere decir que al suprimirse este impuesto unos pocos se ahorrarán mucho, más de cien mil euros, y muchos, una miseria. Es cierto que el impacto equitativo de este impuesto es ridículo porque, como bien dijo el presidente en ese acto, "las clases más altas encuentran diversos instrumentos y fáciles mecanismos de elusión". Le faltó añadir que son los mecanismos que la legislación y la práctica administrativa ponen a disposición de esas clases. Lo que hay que hacer entonces no es suprimir este impuesto sino reformarlo, así como revisar esos mecanismos de elusión de las clases altas y luchar decididamente contra la evasión fiscal, todo ello en nombre de esa equidad abandonada. Pero para esto hace falta una cosa que se llama voluntad política, decisión para enfrentarse a intereses muy poderosos. Así como recordar que los sectores públicos limitados y vigorosos son la mejor receta para un sociedad y una economía al mismo tiempo más eficiente y más justa. Algo de lo que estamos lejos todavía, cuando nuestro gasto público total está varios puntos por debajo de la media de la UE, sobre todo en lo relativo al gasto social. Luis de Velasco