sábado, 8 de septiembre de 2007

El presidente y el banquero.



Felipe González apuraba su últimos meses en La Moncloa -tenía que saber que el milagro del 93 era irrepetible- cuando acusó a Botín de haber roto la “neutralidad histórica” de la banca, lo que quiera que eso signifique. Y todo porque don Emilio, en la misma convicción de que el 96 no era el 93, le había pedido baile a Aznar. Erraba Glez, como había empezado a llamarle el maestro Umbral por cuando entonces, y no por el precedente citado entonces de Botín padre y su apoyo entusiasta a la expropiación de Rumasa. Así es como entiende la neutralidad la gente del dinero en España, algo que no ha tenido fisuras con los distintos gobiernos de la democracia.

El recuerdo me relampaguea en la cabeza al contemplar el entrañable cheeck to cheeck del presidente del Santander con Zapatero: -tu Gobierno, José Luis -…..no, no, tu banco Emilio -….insisto, tu Gobierno-….insisto más, tu banco. E inevitablemente vuelvo al 96, y a las fieras de progreso en trance de exilio. Pobrecillos, lo que hubieran dado por ver el bigote aznarí junto a los tirantes rojos en un desayuno de mesa camilla, glosado al día siguiente por el viñetista de cabecera junto a alguna de sus proclamas solidarias, tipo 0,7 ya.

Volviendo al presente, lástima que el frente económico que el Gobierno ofrece como ejemplo de su solvencia una vez que considera cerrados el territorial o nacional y el antiterrorista comience a dar claros síntomas de resquebrajamiento. Los mismos que la maquinaria de propaganda presidencial, porque lo de correr por la playa de Sanlúcar sin dejar huella es casi como el récord de velocidad que dijo haber batido el anterior inquilino de La Moncloa.
Julio Veiga

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Rosa Díez, ¡al fin!

Publicado en LD

No por esperada, resulta menos dichosa la decisión de la eurodiputada Rosa Díez de dejar el PSOE para dar el espaldarazo definitivo al nuevo partido que ha de nacer de Plataforma Pro, una iniciativa política impulsada por Fernando Savater y Carlos Gorriarán. Aunque puede que ahora no se vea aún así, es un acontecimiento de dimensiones históricas. El centrar excesivamente la vista en lo inmediato y en los numerosos desencuentros de andar por casa impide fijarse en el lento curso de los cambios fundamentales.

La historia y sus amanuenses a veces parecen eternos. Nuestro insuficiente tiempo vital para percibir perspectivas y la persistencia del poder en su empeño por domeñar cualquier cambio nos impiden ver las constantes históricas. Y, sin embargo, estas son más cambiantes de lo que nuestra corta vida y escaso conocimiento nos dejan ver. Y si no atiendan a los últimos 300 años. Si nuestra vida biológica durase lo suficiente hubiéramos visto caer a las monarquías absolutas, la revolución francesa, el cambio de paradigma científico, la irrupción de la teoría darwinista, la expansión del colonialismo y su disolución, el auge, apogeo y derrota de Napoleón, la invención de la energía eléctrica o de la penicilina, la revolución bolchevique y su caída sesenta años después, la insufrible emergencia de los fascismos, la primera y segunda guerras mundiales, el triunfo del liberalismo y los estados democráticos de derecho, el hombre en la luna y el descubrimiento al completo del código genético, el triunfo y disolución de Unión de Centro Democrático... Sin embargo, creemos que la irresponsabilidad de PSOE y PP y los pesadísimos nacionalistas son fatalidades con las que hemos de acostumbrarnos a vivir.

No es el caso que nos ocupa. Déjenme que les recuerde: el partido que nacerá hunde sus raíces no más allá de quince años, cuando en Cataluña, y posteriormente en el País Vasco, fueron creciendo costosa y lentamente movimientos cívicos contra el nacionalismo. Sólo quince años. En tiempo histórico, es un lapso insignificante. Sin embargo, su acción ha comenzado a erosionar los cimientos de un partido centenario como el PSOE. Costó sangre, sudor y lágrimas que intelectuales de la talla de Iván Tubau, Albert Boadella, Félix de Azúa, Arcadi Espada, Francesc de Carreras u Horacio Vázquez-Rial dieran el paso de criticar la impostura del nacionalismo a combatirlo con la acción política. Ahora lo hacen desde el País Vasco intelectuales de la talla de Fernando Savater, políticos consagrados en el PSOE como Rosa Díez o profesores como Carlos Gorriarán. Ya no es la sociedad civil anónima, son intelectuales que no se han avenido a ser orgánicos y políticos que ponen en cuestión la autoridad de sus respectivas iglesias. Bienvenidos a la disidencia.

Son momentos cruciales para el "progreso" en España. Un segundo Concilio de Trento en versión nacionalista nos amenaza. O nos atrevemos a defender el espíritu ilustrado que recorre España desde la Constitución liberal de 1812 hasta la España constitucional de 1978 o acabaremos replegándonos a la concepción reaccionaria de los nacionalismos y aceptando sus chantajes territoriales con derechos históricos y mangoneos propios del caciquismo del siglo XIX. Y hablo de "progreso" frente a "reacción", en el sentido certeramente dado por Fernando Savater el pasado 4 de agosto en las páginas de El País en su artículo Regreso al progreso:

Será progreso cuanto favorezca un modelo de organización social en el que el mayor número de personas alcancen más efectivas cuotas de libertad. (...) Y es reaccionario cuanto perpetúa o reinventa privilegios sociales, descarta los procedimientos democráticos en nombre de mayor justicia o libertad de comercio, propala mitologías colectivas como si fueran verdades científicas, etcétera...

Es la Tercera España, la que es capaz de aceptar las ideas por lo que valen, no por quién las sostiene; la que pone en el individuo el objeto del derecho, no en los territorios; la que deja en la acción del librepensamiento, de la razón y del laicismo de Estado el universo donde la sociedad española dirima sus cuitas. Es la España que resalta lo que une frente a lo que separa.

No es tarea fácil reunir las mimbres para conseguir esos fines.

En cualquier proyecto, también en éste, no todas las ideas tienen cabida. En Ciudadanos se cometió precisamente ese error por un exceso de optimismo asambleario, propio de una formación adolescente: se corrió el rumor de que en ese proyecto cabían todas las ideas. Y se llegó a convertir en una virtud lo que a todas luces era una estupidez. Exagerando, ¿cómo van a tener cabida ideas estalinistas o nazis? ¿Cómo van a poder entrar en una formación democrática que nace para generar más transparencia, más racionalidad, más libertad, más librepensamiento, más progreso comportamientos sectarios, ideas profundamente reaccionarias, integrismo religioso, nacional o ideológico? Dicen que nadie nace enseñado, pero si lo que va a nacer está advertido, el riesgo se minimiza. No bastará con la trayectoria inequívocamente socialista de Rosa Díez, la maquinaria mediática de sus ex compañeros la falsificarán hasta la náusea; no bastará la inequívoca lucha cívica de Carlos Gorriarán o el librepensamiento de nuestro Bertrand Russell nacional, Fernando Savater; muchos de los futuros partidarios los tomarán por lo que no son. La mayoría de las veces, de buena fe.

En cualquier caso, el partido será de sus militantes, como no podría ser de otra manera, pero si una mayoría de ellos apuntan en la dirección contraria por la que precisamente nació, el fracaso del proyecto no será del equívoco de estos militantes, sino de la ingenuidad de quienes lo dirigieron.

Es mi pequeña aportación desde Ciudadanos a un proyecto nacional sin complejos que ha de conseguir unir las voluntades de tantos otros esfuerzos para evitar que España sea un zoco de trileros.

Hoy es un día feliz para la libertad. Bienvenida, Rosa.

Antonio Robles

Parlamentario de Ciudadanos Partido de la Ciudadanía

martes, 4 de septiembre de 2007

Por una nueva opción electoral

Publicado en Estrella Digital

La renuncia a seguir militando en el PSOE por parte de la eurodiputada Rosa Díez, figura política de indudable impacto nacional, ha suscitado muchas y variadas reacciones. No podía ser de otra manera porque, y esto es lo más importante, esa renuncia no va acompañada de su retiro de la vida pública, de la política, sino que incorpora su decisión de sumarse plenamente a la denominada Plataforma Pro que, basada en Basta Ya, tiene como objetivo la creación de un nuevo partido de ámbito nacional cuyo primer objetivo es presentarse a las elecciones del próximo mes de marzo. En esos trabajos están sus promotores desde hace escasos meses. Seguramente comprobarán en las semanas inmediatas que una cosa es predicar y otra dar trigo. Es decir, pasar de reuniones informativas o tertulias amables a estructurar una organización con estatutos, dinero, militancia comprometida y de la otra, locales y un largo etcétera es tarea muy compleja, lenta y siempre trufada de las virtudes y defectos que adornan la condición humana.

Ésta es una de las varias desventajas con respecto a los partidos ya establecidos, elemento que constituye una de las varias barreras de entrada al “mercado electoral”. Hay muchas otras que hacen que, en la realidad y más allá de las proclamas teóricas, ese “mercado” no sea de libre competencia sino oligopolístico. Así está previsto por la ley electoral vigente, que busca y consigue un bipartidismo casi perfecto penalizando además a los terceros partidos nacionales (véase el caso de Izquierda Unida) y sobreprimando (uno de los muchos pasivos de la Transición) a los nacionalistas para desgracia del resto del país, como se está viendo cada vez más dramáticamente.

Hay más barreras de entrada. Todos los “establecidos” en la política, y eso incluye desde partidos políticos hasta medios de comunicación pasando por las grupos de poder económicos, sociales y culturales, con algunas mínimas excepciones, están interesados en mantener el actual statu quo y en impedir la entrada de nuevos actores, por pequeños que éstos sean. Véanse las reacciones a la presencia de Ciudadanos Partido de la Ciudadanía y a este nuevo partido que se anuncia. Todo sea por el llamado voto útil y en tratar de dejar las cosas como están, que así están bien. Claro que falta saber lo que piensa el electorado, que, una cosa está clara, cada vez vota más con los pies, es decir, alejándose de las urnas. O tapándose la nariz. Por algo será.

La génesis de Ciudadanos arranca, desde años atrás, como reacción a la opresión en todos los órdenes del nacionalismo catalán, ayer patrimonio de los nacionalistas, después también de sus discípulos aventajados, el PSC y acompañantes menores. Hoy, este partido es nacional y sus objetivos son mucho más que el combatir ese nacionalismo, abarcando desde una reforma constitucional y de la ley electoral hasta la regeneración democrática pasando por una mejor armonización del crecimiento económico con la equidad y cohesión social, algo hoy ausente.

Si uno repasa los objetivos políticos de ese nuevo partido que se quiere crear por Basta Ya, la coincidencia programática entre ambas formaciones es casi total. Por eso, el primer objetivo de ambas formaciones debe ser, ineludiblemente y más allá de posibles personalismos, ponerse de acuerdo en cómo tratar de lograr lo máximo en un terreno de juego electoral claramente inclinado a favor de los que están ya jugando. Si es que quieren hacer algo, por poco que sea. Y además, deprisa. A pesar de esas enormes barreras de entrada, hay muchos ciudadanos que están esperando y deseando un soplo de aire puro, de racionalidad entre tanto disparate. Seguramente, muchos más de los que se piensa.

Luis de Velasco

lunes, 3 de septiembre de 2007

Distintas formas de ver/mirar

Las reacciones al anuncio de abandono del PSOE por parte de Rosa Díez han sido de lo más variopinto.

Tal y como se venía especulando, la veterana política vasca anunció la semana pasada que será una de las cabezas visibles del nuevo proyecto de partido político que girará en torno a la Plataforma Pro (Basta Ya).

Al predecible ninguneo más o menos vergonzante desde la izquierda político-mediática oficial se han sumado reacciones algo más jugosas. Así, desde las páginas de El Mundo, tras quejarse de cómo actuó el PSC en Cataluña cuando un dirigente de las Juventudes Socialistas estuvo presente (sic) en una manifestación de repudio a la presencia de algunos dirigentes del PP –fulminante expulsión-, Javier Ortiz concluía su dura columna con el siguiente párrafo:

“La conclusión es obvia: a la dirección del PSOE le da corte meterse con aquellos de los suyos que se pasan por la derecha. Lo que no tolera de ningún modo es que se pasen por la izquierda.”

Ortiz da muestras, una vez más, de tener una concepción de lo que es la izquierda que creo no comparte una amplísima mayoría de los ciudadanos españoles. Especialmente quienes se sienten en mayor o menor medida identificados con esa palabra tan multívoca. ¿Qué demonios tendrá que ver hacer hooliganismo político en la calle con ser más de izquierdas?

Desde la derecha, por otro lado, los análisis han variado dependiendo de las distintas percepciones existentes acerca de quién será el gran perjudicado electoral de la irrupción de este nuevo partido.

Como era de esperar hemos visto recepciones más calurosas desde aquellos puntos en los que se cree que, por ser en parte una escisión del PSOE, el nuevo partido restará apoyos a los socialistas en las generales fundamentalmente.

Desde los otros puntos, desde donde se piensa que el partido con Rosa Díez de cartel electoral capturará votos que de otro modo irían al PP, se apresuran a proclamar que el espacio electoral objetivo ya está bien cubierto por los populares, tan progresistas ellos.

También están quienes, como Edurne Uriarte, con dolo o culpa grave confunden la distancia que pueda haber hoy entre la Plataforma Pro y Ciudadanos.

Se avecinan dos meses críticos para intentar que la tan anhelada tercera vía española pueda forjarse con toda la fuerza que podamos darle quienes verdaderamente creemos en ella. Nadie lo hará por nosotros.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Antinacionalismo, no nacionalismo y libertad

Es sabido que la libertad individual no está solamente limitada por las normas jurídicas, sino también por creencias o convenciones sociales que, aunque no estén formalmente codificadas, no pueden vulnerarse sin consecuencias. Las sanciones sociales son frecuentemente más duras -y duraderas- que las impuestas por los tribunales de justicia.
Frente a estas creencias, la defensa de la libertad puede a veces escoger el camino equivocado, aunque más cómodo, de propugnar las creencias contrarias. Con ello puede quizás conseguirse una adhesión más inmediata, numéricamente más importante y más entusiasta pero, lejos de sentarse las bases para la solución del problema, se está contribuyendo a su enconamiento y perpetuación.
Las creencias identitarias son una parte fundamental de ese bagaje de nociones que se trata de imponer al individuo. Frente a ellas, la resistencia o disidencia acarrea graves sanciones, desde la exclusión a la persecución. Frecuentemente se exagera el papel que juegan las autoridades políticas en este proceso, que a veces no es más que el de correa de transmisión de los grupos sociales más reaccionarios.
Es más, cuando los nacionalistas tienen que recurrir al poder político para imponer sus convicciones, es que ya no se mantiene, espontáneamente, la adhesión a sus creencias identitarias. El nacionalismo entra en el juego político con la finalidad de mantener por la fuerza de normas jurídicas esos principios anticuados que la sociedad ya no respeta.
Para defenderse de esta agresión, a las fuerzas políticas progresistas se les plantea entonces la disyuntiva entre antinacionalismo y no-nacionalismo. El antinacionalismo supone condenar el nacionalismo, normalmente en nombre de una identidad superior y del mismo género, (la nación española) y es el camino con mayor rédito inmediato. Por otra parte, el no-nacionalismo es una ruta más difícil y menos intuitiva. La diferencia entre una y otra vía es enorme: en términos futbolísticos la primera opción sería derrotar a un equipo con otro más potente y la segunda derrotarlo por falta de espectadores interesados en ese juego.
Se ve claramente que la segunda sería una derrota definitiva. Pero es más difícil de conseguir: es mucho más fácil convencer a los ciudadanos para actuar CONTRA el opresor, que para ridiculizarlo.
Cuando, en estos momentos, se está concretando la tercera vía en la política española, el realismo político puede exigir un poco de cada cosa: unos condenando el nacionalismo y otros riéndose de la majadería que todo nacionalismo significa en el siglo XXI.
Lo que es absurdo es perder de vista el sentido estratégico de la batalla, llegándose a un enfrentamiento dentro del mismo campo de defensa de la libertad.
Absurdo y receta segura para perder.
Juan Manuel Ortega