Llegan las Navidades, se acercan las elecciones y los grandes partidos van definiendo sus particulares cartas a los Reyes. Este año, el juguete más codiciado, el que causa sensación y provoca más suspiros de anhelo entre los políticos en dificultades en Cataluña es la llamada casa común o "casa gran".
Se adelantó el dos veces casipresidente de la Generalitat, el Bastante Honorable Artur Mar, al sacarse de la chistera la idea de convertir Convergència i Unió en una "casa gran" catalanista con la que ahuyentar los malos espíritus de crisis y desconcierto que acechan al antiguo "pal de paller", por seguir con las metáforas de masía, de la época pujolista. Se trataría, parece, de una "casa gran" con sus portones abiertos de par en par a gentes de cualquier ideología, de izquierdas, de derechas o de centro, católicos practicantes, rabiosos anticlericales, abiertamente separatistas, disimuladamente soberanistas, autonomistas despistados, burgueses reconvertidos, democristianos impacientes, patriotas de linaje, ex socialistas amortizados. Todo vale y todo cabe en la "casa gran" de Mas. Todo vale y todo cabe, quizá, porque la casa convergente se vacía en una agonía lenta pero inexorable, decepcionada la antigua parroquia con la menguante calidad y cantidad del convite que se le ofrece de unos años a esta parte. Tan grave es la hemorragia que ya no son más que dos las condiciones que se exigen al aspirante a entrar en tan venerable casa. La primera, irrenunciable, es poder probar su pertenencia a esa estirpe gloriosa del catalanismo, que orgullosamente se considera a sí misma la única con el derecho y el deber de tomar parte en los asuntos que atañen a Cataluña y a los catalanes, catalanistas o no. La segunda, but not least, es que quien entre lo haga dispuesto a someterse y a apuntalar la hoy por hoy precaria autoridad del líder máximo, que no debe ver muy asentada su posición entre los propios cuando se ve obligado a convocar a los ajenos.
La propuesta ha creado escuela en la derecha catalana y a la ocurrencia convergente hay que añadir ahora otra "casa gran", la casa común del no nacionalismo que recién ha propuesto el nuevo líder del Partido Popular de Cataluña, Daniel Sirera, en una entrevista en Libertad Digital. Apenas unos meses después de aterrizar en la presidencia del PP regional tras la dimisión de Piqué, Sirera pretende visualizar el último golpe de timón (y van...) de la formación derechista en Cataluña manifestando su ambición de convertirla, en el tiempo récord de 4 meses, en una casa común en la que puedan reunirse no nacionalistas de izquierdas y de derechas, sin más nexo de unión que la defensa de la "libertad" en Cataluña y, concretando un poco, la disposición a colaborar desinteresadamente para convertir a Mariano Rajoy en presidente del gobierno. Todo ello, aderezado con la afirmación, hecha sin sombra de sonrojo, de que los políticos del PP son "los únicos que defendemos una Cataluña donde la gente pueda sentirse libre, pueda sentirse catalana y española sin necesidad de ser nacionalista".
Pierde de vista el señor Sirera, o lo pretende, que si el PP hubiera sido, no ya "el único" en la lucha contra la exclusión nacionalista (una falsedad de tal calibre que no vale la pena detenerse en ella), sino simplemente un defensor fiable, firme y coherente de los derechos de los ciudadanos frente a las políticas nacionalistas, quizá ahora no tendría que aplicarse en la ingrata tarea de reciclar los escombros que implícitamente reconoce haberse encontrado en una nueva casa común no nacionalista, de cimientos inciertos pero con suficiente apariencia, que dé cobijo sin distinción de izquierdas ni derechas. Una tarea, por cierto, que es del todo incompatible (y es la segunda contradicción) con su también anunciada pretensión de "ofrecer [en Cataluña] el mismo Partido Popular que existe en toda España", porque el PP es un partido conservador ubicado en la derecha clásica, muy alejado de la beatífica apertura a "izquierdas y derechas" que promete Sirera, y que ha demostrado en repetidas ocasiones su falta de escrúpulos a la hora de explotar electoralmente las tensiones territoriales y combinar la retórica escandalizada en Madrid con la mansedumbre perruna o el silencio cómplice en Cataluña.
Y es que el Partido Popular, recordémoslo, colmó las expectativas centrífugas de Xabier Arzalluz en 1996, que pudo presumir de haber obtenido "más de Aznar en unos meses que de Felipe González en trece años". El PP renunció a interponer recurso de inconstitucionalidad contra la ley del catalán de 1998. El PP prestó apoyo parlamentario a los gobiernos nacionalistas en Cataluña entre 1996 y 2003, es decir, cuando le hacía falta el apoyo de CiU en Madrid (1996-2000) y cuando no (2000-2003). El PP concurrió a las últimas elecciones catalanas con la confesada aspiración de formar una mayoría de orden con CiU, y tachando como ultraderechistas, anecdóticas, frívolas y folclóricas las demandas y las propuestas no nacionalistas que ahora declaran querer acoger en su amoroso seno. Y, lo que es más grave, el PP pretende ahora atraerse a unos partidos nacionalistas con los que "hay muchos espacios de acuerdo" (como dice el señor Juan Costa) aunque entre ellos no se cuente, se ve, el respeto al espíritu y la letra de la Constitución. ¿Cómo casar esta trayectoria y estas intenciones con la filosofía de la "casa común" de Sirera sin caer en la esquizofrenia política, el cinismo o la tomadura de pelo a los electores?
La formación del señor Sirera está políticamente incapacitada para liderar una alternativa no nacionalista y de progreso en Cataluña y en el resto de España, entre otras razones, porque forma parte esencial del turnismo de partidos en cuyo seno han podido nacer, crecer y reproducirse las políticas y el proyecto excluyente del nacionalismo. Las viejas formas de hacer política, la política de la opacidad y el cinismo en que tan bien se mueven los dirigentes de los dos grandes partidos nacionales, están en el origen de buena parte de los desafíos y las amenazas que el nacionalismo hoy plantea contra los derechos y las libertades de los ciudadanos de Cataluña y de toda España. En ese balance, el PP es demasiado pirómano como para que resulte creíble su pose de bombero; más parte del problema que de la solución.
Los líderes del PPC son conscientes de ello. La huida hacia delante que se oculta tras el lanzamiento de la "casa común" así lo atestigua. Como en el caso convergente, el tamaño de la casa proyectada es directamente proporcional a la magnitud de la crisis que se barrunta, se siente o se presiente en el partido-solar. Y también como en el caso de CiU, la grandeza de las pretensiones es tanto mayor cuanto menores son sus ambiciones reales: apuntalar el alicaído liderazgo de Mas en CiU o consolidar el titubeante mando en plaza de Mariano Rajoy (a poder ser, ejercido desde la Moncloa) en la derecha española.
Pero si el PPC del señor Sirera no aspira a más que a llevar a Mariano Rajoy a la Presidencia del Gobierno con la venia de las minorías nacionalistas, el centro-izquierda no nacionalista que lidera Ciudadanos es mucho más ambicioso. No queremos poner a uno o a otro en la Moncloa, porque sabemos que unos y otros son más de lo mismo que ha gobernado España en los últimos treinta años, con los resultados conocidos. Queremos renovar la política española con la llegada al Congreso de una propuesta nueva, la primera alternativa política progresista surgida íntegramente de la ciudadanía tras el restablecimiento de la democracia. Una propuesta y una alternativa que no van a llegar, desde luego, confundidas entre las siglas de ninguno de los partidos que ya se sientan en la Carrera de San Jerónimo.
Comprendemos que el PP y el resto de los partidos tradicionales envidien y recelen del dinamismo y el empuje de una fuerza como Ciudadanos, y que intenten apropiarse de ella y de su vitalidad. Somos una fuerza activa, "complicada" para Sirera, precisamente porque tenemos la vida y el debate (y los conflictos) que no se encuentran y que tanto sorprenden entre las formaciones más consolidadas. El Partido Popular del señor Sirera, en particular, parece tener un especial interés en confundir al electorado de cara a las elecciones generales de marzo, y quizá en esa clave haya que descifrar muchas de las maniobras que se han prodigado en los últimos días hacia Ciudadanos. Entre ellas, la "casa común" no nacionalista, pero sin desdeñar la filtración de supuestos (y desmentidos) acuerdos pre-electorales entre C's y el PP, las declaraciones ambivalentes, la intoxicación persistente y los demás gestos más o menos agresivos, de discutible elegancia y limitada eficacia que hemos visto recientemente.
La realidad, sin embargo, es más tozuda que las más tozudas estrategias del PP de Cataluña. Y cuando el humo se desvanece, la confusión desaparece con él y las diferencias y la distancia entre los proyectos políticos de Ciudadanos y del Partido Popular, con o sin casa común, resultan inapelables. Un partido de ciudadanos metidos en política frente a un partido de políticos vestidos de ciudadanos una vez cada cuatro años (...y ahora toca). Una alternativa progresista y no nacionalista, laica y heredera del socialismo democrático y el liberalismo progresista; frente a un partido situado en la vieja derecha clásica, conservador en lo social, liberal (sólo) en lo económico y confesional en lo moral. Una nueva forma de hacer política, de ciudadanos y para ciudadanos, frente a un más de lo mismo, corregido y aumentado. Un proyecto para transformar España, frente a un proyecto para alojar a Mariano Rajoy en el Palacio de la Moncloa. Una formación que rechaza el mercadeo con los nacionalistas frente a un PP que se sirve de ellos para sus intereses de partido, que lo va a seguir haciendo y que aspira a sumar sus escaños para alcanzar la ansiada meta presidencial. Ya puede desengañarse, señor Sirera: no hay casa común capaz de albergar dos concepciones de la política, de la democracia y de la ciudadanía tan dispares como la de Ciudadanos y la del Partido Popular. Nos encontrará a su lado cuando defiendan la libertad frente a la opresión, la democracia frente a la imposición, los derechos del ciudadano frente a las servidumbres de la etnia, el Estado de Derecho y el imperio de la ley frente a la arbitrariedad. Allí hemos estado siempre y allí esperamos encontrar a su partido cuando se presente la ocasión. Pero para ello no hacen falta ni casas comunes ni inventos exóticos. Basta con que ustedes asuman su responsabilidad. Hoy. Mañana. Y pasado.
Juan Antonio Cordero Fuertes
Miembro del Consejo General de Ciudadanos – Partido de la Ciudadanía (C's)