Es más de un tres por ciento
Publicado en Estrella digital
Luis de Velasco
En el debate del nuevo Estatuto en el Parlamento de Cataluña, Maragall acusó a Mas de cobros de comisiones en la adjudicación de obras públicas, por parte del anterior Gobierno de la Generalidad de CiU. Más rechazó, faltaría más, la acusación y amenazó con enterrar el consenso que hacía posible el Estatuto. El entonces presidente Maragall habló de una cifra del tres por ciento y, tras la amenaza de Mas, no hubo nada. El asunto reaparece ahora, al menos parcialmente, cuando un juez acusa de pago de comisiones del veinte por ciento por parte de empresarios al organismo oficial encargado de la construcción y adjudicación de viviendas protegidas. Parece que, en este caso, la comisión no es del tres por ciento sino “ligeramente” superior.
Todo esto no es ninguna sorpresa. Lo sorprendente es que llegue algo a los tribunales y se sustancie finalmente, aunque todavía queda mucha tela por cortar en este caso. Escándalos de corrupción, de comisiones, existen desde el comienzo de la transición y con mayor o menos virulencia e impacto en la opinión pública y en la publicada. (Naturalmente que existía la corrupción en el franquismo, era un elemento inherente al sistema, pero ése no es el tema ahora.)
La continuidad de la corrupción, utilizada (hay que añadir que lógicamente) por los partidos políticos como arma arrojadiza, ha producido un casi total anestesiamiento en la opinión pública, que la contempla con distanciamiento y con el convencimiento, equivocado, de que todos los políticos son iguales. Caso clamoroso: en las últimas elecciones locales y autonómicas, cargos acusados formalmente de corrupción han recibido respaldo popular importante. Mal síntoma de una sociedad descreída, escéptica, incluso amoral. Muy mala cosa para una democracia cada vez más plana, como la nuestra.
Hace años, el entonces presidente Pujol inventó aquello del “oasis catalán”, pretendido espacio sin crispación política, sin corrupción, todo ello una muestra más del tradicional seny catalán. Pamplinas. Ese oasis se ha caracterizado y se sigue caracterizando por el acoso nacionalista, sutil y menos sutil, a los disidentes y, de otra parte, por el reparto de la tarta, como éste y otros numerosos casos demuestran, empezando por los primeros ochenta con el de Banca Catalana, primero en el que el entonces presidente Pujol, envuelto en la bandera catalana, proclamó aquello de que la patria está en peligro. Algunos optimistas, desconocedores de la realidad, pensaron que el primer Gobierno del tripartito, cuando habló de auditorías a fondo sobre la gestión del Gobierno anterior, el último de Pujol, abriría el camino a una mínima regeneración y limpieza, al menos en este campo de las comisiones y demás prácticas ilegales y corruptas. Vana esperanza, como se ha visto después. Por una razón muy sencilla: este Gobierno y los partidos que lo integran, empezando por el PSC, no pueden atentar contra un esquema del que también son beneficiarios. Suicidios, los justos.
En lo referente al nacionalismo y su obligado corolario del sectarismo, los años del primero y del segundo tripartito demuestran que los aprendices de nacionalistas, y que quieren ganar al original, pueden llegar a ser más sectarios que ellos. Pero eso es tema para analizar más despacio.
Todo esto no es ninguna sorpresa. Lo sorprendente es que llegue algo a los tribunales y se sustancie finalmente, aunque todavía queda mucha tela por cortar en este caso. Escándalos de corrupción, de comisiones, existen desde el comienzo de la transición y con mayor o menos virulencia e impacto en la opinión pública y en la publicada. (Naturalmente que existía la corrupción en el franquismo, era un elemento inherente al sistema, pero ése no es el tema ahora.)
La continuidad de la corrupción, utilizada (hay que añadir que lógicamente) por los partidos políticos como arma arrojadiza, ha producido un casi total anestesiamiento en la opinión pública, que la contempla con distanciamiento y con el convencimiento, equivocado, de que todos los políticos son iguales. Caso clamoroso: en las últimas elecciones locales y autonómicas, cargos acusados formalmente de corrupción han recibido respaldo popular importante. Mal síntoma de una sociedad descreída, escéptica, incluso amoral. Muy mala cosa para una democracia cada vez más plana, como la nuestra.
Hace años, el entonces presidente Pujol inventó aquello del “oasis catalán”, pretendido espacio sin crispación política, sin corrupción, todo ello una muestra más del tradicional seny catalán. Pamplinas. Ese oasis se ha caracterizado y se sigue caracterizando por el acoso nacionalista, sutil y menos sutil, a los disidentes y, de otra parte, por el reparto de la tarta, como éste y otros numerosos casos demuestran, empezando por los primeros ochenta con el de Banca Catalana, primero en el que el entonces presidente Pujol, envuelto en la bandera catalana, proclamó aquello de que la patria está en peligro. Algunos optimistas, desconocedores de la realidad, pensaron que el primer Gobierno del tripartito, cuando habló de auditorías a fondo sobre la gestión del Gobierno anterior, el último de Pujol, abriría el camino a una mínima regeneración y limpieza, al menos en este campo de las comisiones y demás prácticas ilegales y corruptas. Vana esperanza, como se ha visto después. Por una razón muy sencilla: este Gobierno y los partidos que lo integran, empezando por el PSC, no pueden atentar contra un esquema del que también son beneficiarios. Suicidios, los justos.
En lo referente al nacionalismo y su obligado corolario del sectarismo, los años del primero y del segundo tripartito demuestran que los aprendices de nacionalistas, y que quieren ganar al original, pueden llegar a ser más sectarios que ellos. Pero eso es tema para analizar más despacio.
Luis de Velasco