lunes, 15 de octubre de 2007

Satisfacción macroeconómica, descontento social

Publicado en Estrella digital

Luis de Velasco



Hemos leído estos días ataques a la política de comunicación del Gobierno reprochando, entre otras cosas, que no sabe comunicar sus logros en el terreno económico. La pregunta que cabe hacerse es si es que no ha comunicado bien o que lo que ocurre es que hay logros en esa política pero hay también pasivos importantes, pasivos que afectan y perjudican a una parte notable, incluso mayoritaria, de la población. Es decir, que no es tanto un problema del mensaje como del contenido. Hacerse esta pregunta en un momento en que el triunfalismo económico está a la orden del día puede parecer algo extemporáneo, incluso herético. Sin embargo, hay que hacérsela porque debajo de las luces hay muchas sombras.

Sería sectario no reconocer logros importantes como el crecimiento de la riqueza, la reducción de la inflación, el aumento del empleo, incluso el saneamiento presupuestario, así como otras medidas en el terreno social como el tema de la dependencia o el aumento de las pensiones. Lo primero es importante pues toda política económica y social seria y sostenible exige el respeto a los denominados equilibrios macroeconómicos. Lo segundo, lo denominado social, demanda, además de recursos, voluntad política.

Pero los pasivos también cuentan, y en nuestro caso están lastrando este modelo de crecimiento. Económicamente, la bajísima productividad y capacidad de competir de la empresa española, acompañada de un exceso de demanda que ha causado un desahorro privado creciente, explican el déficit exterior, en términos de PIB, el más alto de los países avanzados. Socialmente, hay acuerdo prácticamente unánime en que la sociedad española es mucho más injusta y desigual que una decena de años atrás. Empleo precario, tasa de paro todavía alta, inaccesibilidad de la vivienda, pensiones ridículas, salario mínimo insuficiente (la mitad por ejemplo que en Francia), el 58 por ciento de los asalariados (es decir, casi 11 millones de personas) percibiendo en el 2006 un salario bruto mensual inferior a 1.100 euros y uno de cada cinco asalariados ganando menos de 1.000 euros brutos al mes, participación decreciente de los salarios en el ingreso nacional, más de un cincuenta por ciento de las familias pasando apuros para llegar a fin de mes, cerca de ocho millones de personas en la pobreza absoluta o relativa. Son algunos, no todos, de los rasgos de la cara oculta de un “milagro” en el que la parte más destacada de los frutos del mismo, tanto en riqueza como en renta, va a un reducido porcentaje de la población donde están las remuneraciones millonarias, los blindajes astronómicos, las stock options, la corrupción urbanística, el tráfico de influencias, los artilugios para evadir los impuestos, mientras una parte notable de las capas medias, las que ingresan fundamentalmente por nómina, ven que el impuesto sobre la renta es cada vez más eso, un impuesto sobre las nóminas. Recordemos además el hecho de que un tercio de los billetes de 500 euros en circulación en toda la Unión Europea están en nuestro país, lo que demuestra el gran peso de la economía sumergida y de la ilegal. El aumento del gasto social (todavía muy por debajo del promedio de los países más avanzados) se hace no sobre una estructura de ingresos públicos progresiva sino cada vez más regresiva por el peso de ese impuesto de la renta así configurado y por el de los impuestos indirectos, regresivos por definición.

Pueden así coexistir y coexisten satisfacción macroeconómica e insatisfacción ciudadana. Así lo reflejan las encuestas, que permiten de esa manera que salga a la luz de vez en cuando, siquiera de esa manera impersonal y colectiva, esa insatisfacción como limitado e insuficiente contrapeso a la satisfacción de los beneficiados de este capitalismo financiero que aumenta las desigualdades y reduce las oportunidades. Ocurre además que esas capas de la población crecientemente marginadas del “éxito” y que no salen en los medios, se sienten más y más fuera del sistema, y eso se podría ir reflejando en su participación electoral. Puede que, salvando las distancias, el caso de EEUU sirva de ejemplo: allí la votación es, cada vez más, asunto de blancos y de clase media y alta. Digno de reflexión.
Luis de Velasco

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