La Lista más votada
En estos días, observamos en los medios de comunicación el típico debate que se produce siempre tras unas elecciones autonómicas y municipales. ¿Quién debe gobernar? Para unos, no hay duda de que debe gobernar la lista más votada. Para otros, son lícitos los pactos postelectorales tendentes a configurar mayorías estables. A priori, los dos planteamientos parecen razonables, pero cuando uno comienza a escuchar a sus defensores y detractores surgen las dudas. Por ejemplo, si lo razonable es que UPN gobierne una autonomía como Navarra, dado que es el partido más votado, ¿qué pasa cuando en un municipio la lista más votada es Nafarroa Bai o ANV? En este segundo caso, muchos demócratas considerarán más lógico la alianza de todos los que condenan la violencia frente a los que se muestran tolerantes o comprensivos con ella.
Así, diversos grupos minoritarios pueden unirse frente a una minoría mayoritaria cuando lo que les une es más fuerte que lo que les separa. Pero entonces, ¿no sería esta la solución más correcta en todos los casos? Es decir, que los representantes legítimos de los electores tienen el derecho y, probablemente, la obligación de buscar puntos de encuentro en los asuntos prioritarios, configurando alianzas estables, que garanticen la gobernabilidad.
El otro planteamiento, el de permitir que gobierne la lista más votada, aunque esté en minoría, puede dar lugar a situaciones absurdas, como la ya mencionada de permitir que en un partido con ideas extremas o simplemente rechazadas por la mayoría, se haga con el gobierno de turno.
Y es que, en una democracia representativa, los concejales y diputados tienen la obligación de negociar, dialogar, pactar, para que su acción de gobierno represente los intereses y anhelos del mayor número posible de ciudadanos.
Pero, lo realmente curioso, es que el PP y el PSOE defienden una idea o la contraria, según lo que les convenga en cada sitio para sus intereses, simplemente para lograr más cuotas de poder. Esta es su idea de la democracia. Cada autonomía un bastión a tomar, cada municipio una tarta que repartir.
Otra cosa bien distinta es la lucha contra el transfuguismo, contra el político oportunista, que cambia de chaqueta como de corbata. Contra estos, sin duda, habría que reformar las normas de funcionamiento de las instituciones para que un grupo minúsculo y oportunista no altere con su falta de ética la voluntad de la mayoría.
Carlos Cistué
2 comentarios:
Me da pánico oír hablar sobre "garantizar la gobernabilidad". Ese concepto, que repite mucha gente, me parece una trampa en sí mismo.
El sistema electoral debería respetar la voluntad de los electores, también los de los partidos que obtengan, por ejemplo un dos por ciento de votos. Yo no tengo la culpa que de que mi partido sea minoritario: yo pago como los demás, y mi voto no puede ser tirado a la basura por los poderosos.
En el Congreso de los Diputados, un dos por ciento de votos debería equivaler a 7 diputados, que son el dos por ciento de los 365 escaños de la Cámara.
Lo demás me parece un abuso de poder.
Esto me parece todo de un despiste descomunal, por no decir de ausencia total de claridad de lo que legitima un sistema democrático de verdad.
No es admisible que se confunda democracia con mero recuento de votos. Así es como los nazis llegaron al poder, cuando la realidad es que, por su propia esencia, deberían haber sido excluidos desde un mismo principio.
Con estas melifluidades como la escrita es como hemos llegado adonde estamos: en la mismísima inmundicia política y moral.
¡Anda, que si con ese discurso vais a ser la vanguardia de algo, viva la retaguardia!
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