martes, 19 de junio de 2007

Un Presidente distinto


Las causas que llevaron a la implosión de la antigua república yugoslava son conocidas. Yugoslavia (“la tierra de los eslavos del sur”), concebida como Estado tras la Segunda Guerra Mundial, era un país en el que convivían siete colectividades bastante identificables: albaneses, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos, musulmanes bosnios, y serbios.

Los croatas y los eslovenos son mayoritariamente católicos, los serbios son cristianos ortodoxos, al igual que los macedonios y los montenegrinos, en tanto que los bosnios son musulmanes y comparten esa fe con los albaneses de Kosovo y Macedonia, aunque no con los de Albania que son mayoritariamente no creyentes.

Este hecho está, de acuerdo con los expertos, en el origen de las divisiones y alianzas que se han tejido durante los últimos cinco siglos, desde que la derrota del reino serbio a mano de los turcos otomanos transformó los Balcanes en una fuente permanente de rebeliones y enfrentamientos. Durante ese período, las distintas colectividades nacionales encontraron en la religión el refugio para no perder su identidad y la fuerza para luchar por su existencia como nación.

Pero, en realidad, Yugoslavia feneció como estado al ser un país en el que, según los propios altos cargos de la administración: “hace años [en la década de los noventa] que ninguna institución federal funciona. El país no existe más que en teoría”.

De eso parece haberse dado cuenta Janez Drnovsek, el Jefe de Estado de Eslovenia. Drnovsek, un tecnócrata de 57 años, fue uno de los actores principales de las negociaciones que llevaron a la independencia de su país, en 1991.

El líder esloveno vive aislado en un monte, se encarga personalmente de las tareas del hogar y escribe a diario libros que se encuentran entre los más vendidos en su país. Ha superado un cáncer de riñón y, quien sabe si por ese motivo, ha sabido gestionar una incómoda cohabitación con su gran rival político, el Primer Ministro Janez Jansa.

Lo más relevante de su trayectoria política, sin embargo, es su empeño en asegurar un correcto funcionamiento de las instituciones de su país; trasladando así a la práctica, más que probablemente, lo que podríamos denominar como las ‘lecciones yugoslavas’.

Y es que la realidad, lo cotidiano, termina casi siempre por imponerse al mito; sea éste de la naturaleza que sea. Ojala sepamos tener esto muy presente durante los próximos años en España.

Jacobo Elosua

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