viernes, 13 de julio de 2007

La tercera España


Publicado en abc.es

Autor M.Martí Ferrand


HENRI-PHILIPPE Pétain, mariscal de Francia, fue embajador de su país en España, en los años 39 y 40, hasta que Alemania invadió a nuestros vecinos del norte. Es histórico que, en El Escorial, ante Francisco Franco se cuadró militarmente y levantó el brazo al modo fascista para mejor saludar al ya victorioso dictador español. Sorprendió el gesto del francés a sus circunstanciales compañeros diplomáticos, que le preguntaron la razón de aquel saludo a la romana. El mariscal respondió: Pour enmerder les autres!

El defensor de Verdún en la Primera Gran Guerra y presidente del Gobierno de Vichy en la Segunda dejó acuñada una razón que sigue siendo efectiva para entender lo que, aquí y ahora, hacen buena parte de nuestros políticos, piensan muchos de los intelectuales comprometidos y, generalizando, rige la conducta de la mayoría de la población. Siguen vivas y coleando las dos Españas de nuestra vieja tragedia colectiva e, incapaces de entenderse entre sí, la una castiga a la otra en lo que puede y la otra zahiere a la una en cuanto se le alcanza. Ambas, al alimón, pierden en disputas las fuerzas que harían falta para hacer de esta vieja Nación un ámbito para la concordia y el sosiego que merecemos sus ciudadanos.

Ahí entra en juego la tercera España. Así llamó Salvador de Madariaga, en plena Guerra Civil, a las pocas personas que pudieron mantenerse al margen de la contienda y fuera de sus escenarios. Esa tercera España, hoy dispersa en el exilio interior -en el inilio, como me gusta llamarle- no ha querido tomar parte en la confrontación que, para su gloria y continuidad, mantienen el PSOE y el PP. Dadas las estériles circunstancias presentes, en las que las minorías imponen su voluntad sobre las mayorías mientras el Estado se desencuaderna, esa tercera España, tan poco poblada como bien cualificada, tiene la responsabilidad de intervenir, aunque sólo sea como puntos para la sutura de la gran herida abierta en el cuerpo nacional.

Cuando personas como Jordi Sevilla -tal que antes José Bono o Juan Fernando López Aguilar- son apartados de un Gobierno porque su rigor en la interpretación del Título VIII de la Constitución vigente resulta excesivo para un líder errático como José Luis Rodríguez Zapatero y puede incomodar a sus amigos y mantenedores, están sonando todos los timbres de alarma de que dispone el sistema. Los mismos que también se activan con la pasividad con que la otra media España, la que le toca en suerte a Mariano Rajoy, está más atenta a sus miserias internas que a la grandeza que, por cláusula de estilo, le compete pretender para nuestro país.

Es, como digo, el momento de la tercera España. La que siempre tuvo el acierto de verlo claro y se mantiene en la distancia o, incluso, en el desdén. Esa España centrada y sin ansias obsesivas de poder puede actuar con miras más altas que el ya acostumbrado pour enmerder les autres.

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