Enfadado con Batasuna (que es ETA)
El ministro del Interior, hombre asiduo a los medios, está deslizando unas jugosas declaraciones que, quizá por el verano, no están resaltando lo suficiente en la boca de los comentaristas. Aquí y allá Rubalcaba intenta exorcizar el demonio del proceso de negociación con ETA en el que tanto se imbuyó el Gobierno, con su presidente al frente, y del que tan quemado salió a ojos de lo objetivo y mesurable.
Ahora resulta que, a su decir, los batasunos han sido el principal escollo que ha impedido la mal llamada paz por la que suspiran simples internaciones como el ex presidente Carter y otros muchos autóctonos. Así, el ministro decía ayer que ¡oh cielos! los Otegi, Barrena y compañía no pueden ni pedir un café si no es con autorización de los del capuchón. Y el otro día que cuando haya que escribir la historia del Proceso, lo que en realidad ya se ha hecho, habrá que hablar mucho del papel de la formación ilegal.
Todo esto lo dice el que ha presumido por activa y pasiva de ser un experto en la cuestión antiterrorista en su condición de responsable del PSOE en la materia, puesto que le valió la posición de interlocutor del primer partido de la oposición en el Pacto Antiterrorista bajo el anterior Gobierno. Es decir: un actor puede que secundario pero relevante del momento en que la democracia española, representada en sus dos grandes partidos, plantó cara al mundo del terror de la mejor manera que cabe hacerlo, que es rompiendo el manto de impunidad del que siempre ha vivido. Y en eso era claro el paso adelante que significaba desvelar cómo la extinta HB y todas sus herederas no han sido sino una parte más del entramado terrorista. Un grupo endógeno y no exógeno al del tiro en la nuca y la extorsión económica y que como tal fue situado fuera de la ley.
Pero no, resulta que el hombre que ha sido hilo conductor entre el inspirador del Proceso, el socialista Eguiguren, y el impulsor contra viento y marea del mismo, el presidente Zapatero, se lamenta ahora de la mala conducta de Batasuna. Lo que equivale a decir que creía en la posible disociación entre ésta y los terroristas, o lo que es peor: en su ascendente sobre los etarras. La pregunta que cabe hacerse entonces es: ¿por qué adquirió protagonismo en una acción política, el citado Pacto, que partía de la convicción exactamente inversa?. La respuesta puede que llegue cuando, en el retiro, Rubalcaba se decida a escribir su historia en el Proceso y antes del mismo.
Ahora resulta que, a su decir, los batasunos han sido el principal escollo que ha impedido la mal llamada paz por la que suspiran simples internaciones como el ex presidente Carter y otros muchos autóctonos. Así, el ministro decía ayer que ¡oh cielos! los Otegi, Barrena y compañía no pueden ni pedir un café si no es con autorización de los del capuchón. Y el otro día que cuando haya que escribir la historia del Proceso, lo que en realidad ya se ha hecho, habrá que hablar mucho del papel de la formación ilegal.
Todo esto lo dice el que ha presumido por activa y pasiva de ser un experto en la cuestión antiterrorista en su condición de responsable del PSOE en la materia, puesto que le valió la posición de interlocutor del primer partido de la oposición en el Pacto Antiterrorista bajo el anterior Gobierno. Es decir: un actor puede que secundario pero relevante del momento en que la democracia española, representada en sus dos grandes partidos, plantó cara al mundo del terror de la mejor manera que cabe hacerlo, que es rompiendo el manto de impunidad del que siempre ha vivido. Y en eso era claro el paso adelante que significaba desvelar cómo la extinta HB y todas sus herederas no han sido sino una parte más del entramado terrorista. Un grupo endógeno y no exógeno al del tiro en la nuca y la extorsión económica y que como tal fue situado fuera de la ley.
Pero no, resulta que el hombre que ha sido hilo conductor entre el inspirador del Proceso, el socialista Eguiguren, y el impulsor contra viento y marea del mismo, el presidente Zapatero, se lamenta ahora de la mala conducta de Batasuna. Lo que equivale a decir que creía en la posible disociación entre ésta y los terroristas, o lo que es peor: en su ascendente sobre los etarras. La pregunta que cabe hacerse entonces es: ¿por qué adquirió protagonismo en una acción política, el citado Pacto, que partía de la convicción exactamente inversa?. La respuesta puede que llegue cuando, en el retiro, Rubalcaba se decida a escribir su historia en el Proceso y antes del mismo.
Julio Veiga
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