lunes, 24 de septiembre de 2007

España 1,67. Europa 1,44

La gran aventura del ferrocarril, su extensión a lo largo y ancho de los distintos territorios, fue uno de los dinamizadores básicos de las economías europeas durante segunda mitad del siglo XIX.

En España, la opción por un ancho de vía distinto, veintitrés centímetros mayor del imperante como estándar en el continente, trajo consigo profundas consecuencias; consecuencias inadvertidas entonces, pero que marcarían una época.

Se enfrentaban los gobernantes de antaño a una disyuntiva de gran calado. Razones técnicas aconsejaban una mayor distancia entre los raíles para poder instalar una calderas de mayor potencia, muy necesarias dada la dificultosa orografía española en muchos tramos de los trazados considerados inicialmente como estratégicos.

Tras la aprobación de la Ley General de Ferrocarriles en 1855, durante el bienio progresista, los ingenieros recomendaron al gobierno la opción que nos distanciaba de Europa; la que dificultaba el acceso de las mercancías nacionales al tráfico comercial exterior.

Apenas una década más tarde de la toma de esta decisión, el problema técnico aludido ya estaba solucionado. Llegados a ese punto, sin embargo, la cuantía de la inversión requerida para revertir ese ancho de vía al europeo -de 1,44 metros- no podía ser asumida ya por el gobierno. La táctica, el cortoplacismo y la falta de visión a largo plazo habían hipotecado las posibilidades de desarrollo económico en el interior de la península.

Viene esta reflexión a cuento de las entre tímidas e inexistentes reacciones políticas a las amenazas de muerte recibidas el pasado viernes por el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera.

La táctica, el cortoplacismo y la falta de visión a largo plazo son una vez más los tres factores que parecen imponerse. Ni siquiera puede encontrar uno muestras de solidaridad en la página web del Partido Popular de Cataluña. No conviene.

Citando las palabras de Stefan Zweig leídas por José Domingo en el acto de protesta convocado precipitadamente el propio viernes por la tarde en la plaza de Urquinaona:

"Porque el nacionalsocialismo, con su técnica del engaño sin escrúpulos, se guardaba muy mucho de mostrar el radicalismo total de sus objetivos antes de haber curtido al mundo. De modo que utilizaban sus métodos con precaución; cada vez igual: una dosis y, luego, una pequeña pausa. Una píldora y, luego, un momento de espera para comprobar si no había sido demasiado fuerte o si la conciencia mundial soportaba la dosis."

Las pausas son cada vez más cortas, cada vez más infrecuentes. En nuestro país se acepta como normal lo que resulta inaceptable en cualquier otro rincón de Europa. El ancho de vía político español sigue siendo mayor. ¿Cuánto tiempo mantendremos esa dudosa prerrogativa? ¿Cuántos abusos más soportarán nuestras adormiladas conciencias? ¿Cuándo empezará a ser demasiado tarde?

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