Otro gol
Se acaba el año y volvemos a constatar una serie de certidumbres que vienen ya de antiguo. Juegan las selecciones autonómicas y acumulamos más pruebas de que el nacionalismo político/politizante, como el tabaco, es muy malo para la salud pública. El nacionalismo es seriamente perjudicial para el bolsillo. En las crónicas periodísticas del glorioso Galicia-Camerún, leemos que: "Galicia acarició la victoria ante Camerún en una noche marcada por el bochornoso espectáculo provocado por el retraso de casi dos horas que hubieron de padecer los aficionados debido a los problemas originados por la selección africana que se plantó y amenazó con no disputar el partido por las diferencias económicas que, según unos, mantenían con la organización y según otros, con su propia federación." La entrada, claro está, era gratis. El dinero que se ofrecía a los esforzados cameruneses –mucho o poco– era con cargo a los presupuestos; o sea, al bolsillo de todos. El nacionalismo lleva a sostener enardecidamente los mayores absurdos. Con 27.000 espectadores -se desconoce cuántos traídos y llevados en autobuses con derecho a bocadillo- el estadio vigués registró su mejor entrada en lustros. Todo para ver un encuentro en el que figuraban algunos artistas del esférico que deleitan semana tras semana a los aficionados de la Segunda División B , uy, española. ¿Que se juega en Vigo la Champions League ? Van al estadio los de siempre. ¿Que aparecen unos tuercebotas –con perdón- equipados con los colores de la 'bandeira'? Pues se cuelga el cartel de no hay billetes, oiga. Todo por la gran fiesta del fútbol gallego (sic). El nacionalismo lleva a deformar la realidad. Algunos avezados comentaristas locales amenazan ya con ver la oscura mano del más rancio españolismo en el agravio que supuso que la cumbre futbolera galaico-africana, con su pírrico empate a un gol, no fuese tan generosa como el 4-1 que la RNA (Realidad Nacional Andaluza) le endosó en Jerez a los once ilustres representantes de una potencia balompédica de la talla de Zambia. Así se escribe la historia. Los gallegos siempre supimos, ay, que el expolio sería constante.
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