Ya se atisban los cabos sueltos
Cuando hace pocos días Albert Rivera participaba en la presentación de la Agrupación de Ciudadanos de Madrid, nos explicaba que muchos políticos catalanes se extrañan de que para nosotros solo existan los derechos de los ciudadanos y no tenga sentido hablar de los derechos de los territorios. Las piedras, decía Albert muy gráficamente, no tienen derechos. Y es que llevamos ya tantos años sometidos al chantaje nacionalista que quien razona frente a su demagogia es acusado de apóstata.
Pero lo más preocupante no es ya la intransigencia dogmática de los partidos nacionalistas, sino la respuesta claudicante de los dos partidos mayoritarios, que aceptan sus exigencias, sin importarles las consecuencias para el conjunto de la nación. Efectivamente, desde que en 1982 desapareciera la UCD, hace ya 25 años, los dos grandes partidos, obsesionados por repartirse la tarta del poder, han intentando evitar a toda costa que aparecieran nuevas fuerzas políticas de ámbito nacional, lo que ha dado un protagonismo desmesurado a las fuerzas nacionalistas y separatistas.
Los altos índices de abstención en los referéndum de los estatutos andaluz y catalán, junto a la creciente abstención en las diversas convocatorias electorales, ha puesto de manifiesto que cada vez son más los ciudadanos hartos de tanta demagogia, de tanta hipocresía, de tanta forzada y estudiada crispación. Pero nuestro sistema político, nuestra ley electoral, no facilita los cambios; es posible la alternancia, pero resulta muy difícil que surja una auténtica alternativa.
Esta dificultad para la innovación política, me ha traído a la memoria, la lucha clandestina de quienes durante décadas lucharon con tenacidad y escasos medios contra la dictadura franquista. Resulta curiosa, y preocupante, la similitud entre una dictadura y una democracia bloqueada. En ambos casos, aunque los cambios serían positivos para la mayoría, muy pocos se plantean luchar para que sean posibles.
Curiosamente, en los últimos meses, al leer la prensa madrileña, parecen detectarse indicios de que algo comienza a resquebrajarse; políticos del PP y del PSOE, intelectuales de izquierda y derecha, ya ponen en entredicho los axiomas del sistema. De momento, no se atreven todavía a criticar a sus líderes, de momento, solo lanzan ambiguas insinuaciones sobre los peligros que nos acechan, sin aportar ninguna solución, cuidándose muy mucho de señalar a los culpables, no vaya a ser que pudieran caer en el ostracismo de los valientes; pero, en cualquier caso, parece que algo se mueve en sus conciencias.
Esta compleja madeja en la que se ha convertido nuestro sistema político, me recuerda aquella frase del viejo profesor Tierno Galván escrita en sus memorias de luchador antifranquista: “dejar cabos sueltos es una buena manera de impedir la dictadura de cualquier signo”.
Pero ya parece vislumbrarse la luz al final del túnel. Ya se atisban en España los cabos sueltos. Resulta curioso, muy curioso, que haya sido, precisamente, un grupo de “insolidarios” intelectuales catalanes los que nos hayan recordado que los cambios son siempre posibles; solo hace falta la voluntad, el coraje y la convicción de luchar por ellos.
26 de marzo de 2007
Carlos Cistué
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