lunes, 21 de mayo de 2007

¡Que viva Verdi! (segunda parte)


II El problema de España.

No es de extrañar que esta falta de fuerza y capacidad histórico-nacional de España se patentice en el momento en que suena el mal llamado ‘himno nacional’ el cual, al no tener letra, impide que pueda ser cantado como hacen los demás nacionales con sus propios himnos: un himno sin letra no es un himno, es tan sólo una música sin propósito, un acompañamiento en un camino a ninguna parte que apenas nos une por un sonido que no va acompañado con palabras, ni con la voz humana de los compatriotas sin la cual ni siquiera nos reconocemos como humanos. Esta carencia simbólica no es puramente anecdótica, representa la falta de un ‘alma nacional’ consolidada y definida en la pluralidad y la diversidad; por eso, cuando se habla de la diversidad plural de España, en los discursos oficiales, olvidamos pronto que no hay pluralidad ni diversidad sin unidad e identidad común. Y esto es así porque no hay un ‘suelo’ en donde nos encontremos, un espacio en el cual converjan las personas:

1. Por una parte, del mismo modo que el himno no tiene letra, España no se asienta sobre un suelo propio, más bien el espacio común desaparece porque sólo es el punto desde el que se mide la divergencia centrífuga del proceso de disolución territorial que padecemos: de este modo, no hay espacio público, sino una tierra de nadie que carece de entidad propia y cuyo reflejo, el Estado español, es como un mojón en medio de la piel de toro al que cada jinete ata su caballo antes de meterse en su casa, cerrando la puerta tras de sí.

2. Asimismo, ese espacio común que es el ‘suelo público’ como lugar de encuentro, de convergencia, es una ‘tierra de nadie’: lo vemos en la suciedad de las calles, en el desprecio a los ríos, a los montes, al litoral; lo vemos en la depredación urbanística, en el descaro con que se ocupa y se construye sin importar lo que se destruye a cambio de beneficios inmediatos. Ese suelo o espacio común es como la tierra de explotación de una industria o empresa que llega, explota, consume, agota y se va dejando un rastro de desolación.

3. Por lo que, en una situación así, ¿cómo va a haber ‘conciencia de lo público’ si, como parece, los propios españoles no lo sienten como propio y, más bien, lo asumen como un vertedero donde se arrojan los papeles, los desperdicios, la basura del día a día, sin mirar atrás?. Y no miramos atrás porque no nos interesa la Historia, porque no nos interesa aprender de nuestros errores, tan sólo ‘olvidar’, que es el único mérito de la Transición: sin Historia asumida y compartida, no nos engañemos, no puede haber Nación.

4. Por eso no nos importó conceder a los nacionalismos el control de la enseñanza y la cultura en sus respectivos ‘dominios feudales’, porque somos un país que no cree en -ni le preocupa- la enseñanza pública, ni la conservación de los monumentos, es decir, aquella cultura que no sea el folclore de las fiestas locales y las vacaciones que ponen en marcha las riadas de coches: no es de extrañar que otros ocupen el lugar que nosotros hemos dejado, que otros se aprovechen de nuestro interesado ‘olvido’ de nosotros mismos.

(Continuará)

Arnaldo Santos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya desvarío ideológico-conceptual.