jueves, 24 de mayo de 2007

¡Que viva Verdi! (tercera parte)


III. El problema de España

En resumidas cuentas, la atonía de nuestra conciencia nacional es la verdadera causa y no los nacionalismos; no queramos eludir la cuestión fundamental echándole la culpa a otros como hacen los niños: los nacionalistas se aprovechan, simple y llanamente, de la situación, de nuestra falta de conciencia política, de nuestro desprecio por la Historia común, por las reflexiones enojosas y difíciles que nos obligarían a mirarnos la cara en el espejo de la ilustración. No, no nos engañemos más, aquí el problema es que el rey Ulises lleva tanto tiempo ausente que, como es lógico y natural, lo raro sería que a Penélope no le saliesen pretendientes: por eso, el Estado se ve acosado por todas partes y va disolviéndose como un azucarillo en la taza del ‘café para todos’. Por eso, nuestros símbolos no funcionan, porque no suscitan un sentimiento de encuentro común, porque nunca nos representan a todos, sólo a una parte, se saque la bicolor, la tricolor, la cuatribarrada, la bicrucífera, etc,… porque no hay una letra compartida que todos, como en Francia, a izquierda o a derecha, al norte o al sur, podamos cantar sin miedo, sin complejos, con el orgullo de sentirnos españoles.

Así que se trata, como hemos visto, de revitalizar nuestros ‘mitos nacionales’ o ‘fundacionales’, es decir, la Guerra de independencia como inicio de la España constitucional frente al Antiguo Régimen y frente a la invasión napoleónica. Aquí habrá personas que nos señalen la contradicción de que semejante ‘fundación’ del Estado moderno implique el rechazo de Francia, pero es que –como estamos viendo en la Guerra de Irak- el progreso, las ideas democráticas, la libertad- no pueden venir de la mano de una guerra de agresión y conquista: eso es lo verdaderamente contradictorio; la Modernidad en España no podía venir porque Napoleón nos impusiese ‘su’ modelo de desarrollo, sino que sólo viene cuando un Pueblo asume su destino –por muy atrasado que esté- fuera de tutelas, por muy bienintencionadas que éstas sean. Al final, Napoleón y los afrancesados tan sólo querían repetir el mismo error de los Borbones extranjeros que desembarcaron en España a la muerte de Carlos II, sembrando igualmente la guerra, el enfrentamiento cainita y el atraso secular, como lo hiciera en su día el Rey Carlos I cuando heredó la corona de los Reyes Católicos:

1. En primer lugar, el error de creer que hacía falta que el impulso ‘modernizador’ viniese no de la sociedad –de la cual se desconfiaba profundamente- sino del Poder absoluto del Estado representado por la Monarquía borbónica que luego heredaría Napoleón: aquí comienza la deriva definitiva de España hacia una idea de Nación copiada de Francia y cuyos orígenes están en el Derecho romano, es decir, en la misma idea compartida entre los absolutistas franceses y castellanos de que el Derecho emanaba de la voluntad absoluta del Soberano encarnado en el Estado, de ahí la celebérrima frase del Rey Sol ‘el Estado soy yo’. Esta es la idea que recogerán los Liberales españoles, sólo que haciendo compartir ese Poder entre las Cortes y el Rey, a modo de pacto entre dos entes cosoberanos.

2. En segundo lugar, la anulación completa de la iniciativa de las bases –la Sociedad civil española- sustituyéndola por un tejido administrativo, jerárquico, burocrático y centralizado al modo de lo realizado en Francia desde los Borbones y perfeccionado, después, por la Revolución y Napoleón: en este sentido, cobra especial significación frente al ‘modelo’ francés el de la Inglaterra liberal y sus ‘revoluciones’ del siglo XVII; y frente al ‘modelo’ castellano, centralista, el correspondiente a la Corona de Aragón que ahora quiere capitalizar el nacionalismo catalán cuando, paradójicamente, pretende hacer en su propio territorio un Estado igualmente centralizado y burocrático, marcado por la intervención económica y un concepto de identidad cultural copiado, por completo, de la tradición histórico-política de Francia.

3. En definitiva, la Monarquía en España, lo queramos o no, simboliza perfectamente esos dos errores que nos han conducido a la atonía por la preeminencia del Estado centralista y la profunda desconfianza hacia la Sociedad civil; por eso, los contrasímbolos de los ciudadanos tienen que ser aquellos ‘mitos’ que hablan de la lucha contra el absolutismo, tanto español como francés, simbolizado por los Austrias, los Borbones y Napoleón: me refiero a los Comuneros de Castilla, a la Guerra de independencia y a la Revolución de 1868; así como, en especial a un personaje femenino que resume a la perfección todo esto: Mariana Pineda que confeccionó una bandera liberal por la cual acabaría pagando con su propia vida a manos de los verdugos de Fernando VII.

(continuará)

Arnaldo Santos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Curioso artículo este para un partido que dice renegar de las políticas identitarias.