jueves, 17 de mayo de 2007

Rebelión en las aulas


Hoy en día, cuando te reúnes con otros padres de familia, un tema casi obligado de conversación es lo difícil que resulta educar a nuestros hijos. Al principio, crees que los primeros años son los más duros: noches sin dormir, lloros, pañales, potitos, biberones, etc. Entonces, un día, delante de padres más experimentados afirmas ingenuamente que estas pasando la peor época y que pronto podrás disfrutar de tus hijos. En ese momento, una sonrisa malévola aparece en el rostro de tus interlocutores, cuyos hijos ya estudian Secundaria. A continuación, sin ningún escrúpulo, casi con complacencia, te narran un panorama estremecedor: sus hijos son los que mandan en casa, sus caprichos son ley, sus gustos y aficiones siempre son más importantes que los de sus padres. Y nunca falta algún padre que no duda en bajar a relatar los detalles más escabrosos: “Pues yo los viernes y sábados tengo que ir a buscarlos a la parada del Cercanías a las 3 de la mañana, para poder dormir tranquilo”, “Pues a mí sólo me dirige la palabra para pedirme dinero”, “A mí me gritan permanentemente”...

Por ello, resulta sorprendente que todavía nos extrañemos de lo que ocurre en los institutos de Secundaria. La falta de autoridad del profesor, la violencia en las aulas, el acoso escolar, el pasotismo de los alumnos, no son sino el fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Frente a este panorama desalentador, cada pocos años una nueva ley, nuevos parches a un sistema que hace aguas por todas partes. Pero cada vez parece más evidente que la solución no está ni en los cambios legislativos, ni en los padres, ni siquiera en la llegada de un dialogante profesor que, cual Sydney Poitier en Rebelión en las aulas, haga descubrir a sus alumnos que también tienen su corazoncito.

La solución sólo puede venir ya de un cambio de mentalidad del conjunto de nuestra sociedad. Como suele decir el prestigioso sociólogo José Antonio Marina: “para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. Es decir, resulta imprescindible una auténtica revolución social, que suponga la movilización educativa de toda la sociedad.

Los niños y adolescentes hacen lo que ven, imitan a sus compañeros, emulan a sus padres, influidos por el ambiente de relativismo moral que les envuelve. Y es que, para poder volver a disfrutar del placer de ser padres, nuestra generación tiene que plantearse seriamente introducir cambios radicales en nuestro modelo de convivencia. Se trata, tan solo, de una cuestión de supervivencia.

Carlos Cistue

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Carlos; creo que cualquiera podría ilustrar con cientos de casos o de anecdotas la actitud de nuestros niños.
Ayer cuandro entré a los vestuarios de la instalación deportiva a la que acudo habitualmente , dos niños de unos 8 años disputaban con todo fragor un partido de futbol con 2 chanclas de ducha, solmenando a diestro y siniestro golpes a mobiliario, ropa, usuarios,etc. En ese momento se encontraban allí seis adultos en silencio, resignados y tratando de evitar los golpes,...; yo no podía dar credito a lo que ocurría, no por los niños sino por la actitud absolutamente pasiva de los adultos.
La situación se solventó por medio del que suscribe, un aviso de buenas maneras, al que hicieron caso omiso y por último un vocinazo con amenaza incluida en perfecto castellano que entendieron al instante. Fin del problema.

Es un ejemplo un tanto vanal del día a día en cualquier ámbito de la vida.
Hemos pasado de la intervención de cualquier adulto en cualquier aspecto de la vida de un niño en nuestra infancia, al pasotismo absoluto actual, con la tiranía de los niños en caualquier ámbito de la sociedad, en las aulas, en los espacios públicos,...; y ¡ojo!, si se nos ocurre llamar la atención al jovencito en cuestión y se encuentra algún progenitor en el entorno...
Miramos para otro lado en todas las ocasiones sin asumir nuestra condición de ciudadnos con derechos y obligaciones morales con respecto a la sociedad que nos acoge. No es revindicar una actitud policial sino sentido común, empatía y compromiso social para hacer que la convivencia sea posible.