Miguel Angel
De la primera generación de españoles que se amamantó en democracia, vasco hijo de gallegos, roquero, licenciado y con novia formal. Entonces, como ahora, podría estar describiendo el perfil de nuestros hermanos mayores. Aquellos que empezaron a manejar ordenadores; a objetar de conciencia; a viajar al extranjero para aprender idiomas y que nos dejaron en herencia algunos de los últimos vinilos. En su caso habrían sido de Héroes del Silencio, el grupo que idolatraba y al que intentaba emular a la batería de Poker, la banda que formó con sus amigos.
Lo que se sale de su arquetípico perfil es el compromiso político y militante. Un compromiso que nació en las peores circunstancias que un europeo contemporáneo podía, y todavía hoy puede, vivir en un país en paz en el final del siglo XX y que se limitaba a un modesto puesto de concejal, al que se dedicaba en los ratos robados a su trabajo en una empresa. Las peores circunstancias que se vieron sangrantemente evidenciadas sobre el cadáver de Gregorio Ordóñez, en las calles del más rico -económica y gastronómicamente- San Sebastián. El asesinato de “Goyo” hizo que eclosionara la indignación y que, desde entonces, pasara a combatir en el lado de la verdad y la democracia del que sólo le apartarían los dos disparos del terrorista Txapote.
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