El peor presidente de la historia
Recientes encuestas otorgan a Bush un respaldo ciudadano de un treinta por ciento, igualando en este “ranking” de impopularidad de recientes presidentes, a un totalmente desacreditado Carter, en vísperas de su estrepitosa derrota ante Reagan. Para muchos, Bush es ya el peor presidente de la historia de Estados Unidos, título que hay que reconocer es muy difícil de lograr.
No es extraño, pues su historial en la presidencia es desastroso y hasta se ha enajenado a muchos de sus más fervientes seguidores, desde “neocons” hasta amplias capas entre los conservadores, tanto “sociales” como “fiscales”, y evangélicos. La victoria demócrata , si se confirma (nunca hay que descartar que los demócratas vuelvan a cometer errores decisivos, aunque esta vez parece poco probable), será no tanto una victoria por méritos propios como una derrota republicana, esta vez sí por méritos propios.
Sin duda que el error principal de la actual presidencia es la invasión de Irak, con pretextos hoy claramente admitidos por (casi) todos como burdas mentiras. Pero no es éste el aspecto que más preocupa al país sino la certeza de que no se sabe cómo salir del pantano (esto alcanza también al partido demócrata). La guerra es un mal que corroe día a día a la opinión pública y se da ya por perdida. Están ya arrumbados aquellos pretextos, posteriores a la invasión, de buscar una nueva región en paz y democracia, algo que hoy resulta grotesco cuando se acaba de aprobar la mayor venta de armas norteamericanas de los últimos años, al siempre fiel aliado Israel y a las “democracias” de la región, desde Arabia Saudí a Egipto. Todo ello agitando el espantajo del enemigo que siempre es necesario, esta vez no tanto Siria como algo más serio como es un Irán, camino del arma atómica que ya tienen vecinos como Israel, India y Pakistán. Está claro que esta catástrofe de Irak va quedar para el próximo presidente. Al fin y al cabo, el partido demócrata es también responsable, aunque en mucho menos grado, de esa catástrofe, especialmente algunos como la candidata Clinton.
El partido republicano ha sido siempre considerado como el “padre” de los ciudadanos, siempre vigilante en temas de seguridad interior y exterior y duro ante el terrorismo y el crimen. El demócrata, como la “madre”, más atento a temas “sociales”. Esa percepción, que llevó a la segunda victoria electoral de Bush (más como comandante en jefe que como presidente), hoy ha cambiado. Los demócratas no quieren volver a ser acusados de ser “soft on terror” (blandos ante el terrorismo) y de ahí, por ejemplo, la decisión reciente de aprobar una nueva ley en materia de escuchas que supone un claro recorte más en las libertades y la confirmación de que, en ese país como en otros como el Reino Unido, la seguridad se va imponiendo claramente a la libertad. El legado de Bush, que abarca, entre muchas otras ignominias, desde este tema hasta tantos otros como la muerte y los sufrimientos a la población iraquí pasando por Abu Ghraib, Guantánamo, las prisiones ocultas, los secuestros y las entregas a países que torturan, configura una herencia de quiebra moral y ética de enormes consecuencias en todo el mundo. Efectivamente, como se afirmó, el mundo es diferente después de los ataques del 11-S.
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