miércoles, 8 de agosto de 2007

Identidades y sentimientos

Me alegro de que por fin, después de 3 años en La Moncloa, Zapatero se prevenga, y nos prevenga, contra las políticas identitarias. Parece que el vodevil navarro, como lo llama Luis de Velasco, ha hecho escarmentar al adolescente (Arcadi Espada dixit) para llegar a la conclusión de que la comunidad foral debe afrontar una nueva etapa que abandone “el tiempo de la crispación, de la tensión y de usar Navarra, que es de todos, en una confrontación de identidades que casi siempre acaba en una confrontación de sentimientos”.

Más le hubiera valido leer las “Cartas a un joven disidente” de Christopher Hitchens y en particular esta imprescindible posdata: “Cuídate de las políticas identitarias. Lo repito de otro modo: no te involucres en políticas identitarias. Recuerdo muy bien la primera vez que oí el dicho “Lo personal es lo político.” Comenzó como una especie de reacción contra las derrotas y adversidades que siguieron a 1968: un premio de consolación, podrías decir, para los que se habían perdido aquel año. Supe íntimamente que una idea pésima se había infiltrado en el discurso. No me equivocaba. La gente empezó a levantarse en reuniones y a disertar sobre sus sentimientos, no sobre qué o cómo pensaban, y sobre lo que eran en lugar de sobre lo que habían hecho o defendido (si tal era el caso). Llegó a ser la reproducción, en una forma menos interesante, del narcisismo de la pequeña diferencia, porque cada grupo de identidad engendró sus subgrupos y “especificidades”.”

Lo que tiene mal encaje, por usar intencionadamente la jerga al uso desde que se abrió el melón estatutario, es la genuflexión permanente y constante del jefe de Gobierno ante los identitarios de toda laya: de Carod a Mas, de Anxo Quintana a Suso de Toro y de la diputada Uxue Barkos, de la Nafarroa Bai con la que le ha prohibido pactar a Puras, a la IU del catalanista Saura. Sólo al inicio de legislatura hubo una fisura, como ahora en Navarra, con ese discurso. Se produjo en el debate sobre el rechazado Plan Ibarreche, al que, con su errática sintaxis, Zapatero le vino a decir algo así como que “juntos vivimos y juntos decidimos”, además de señalar con acierto que un Estatuto no podía ver la luz con un apoyo del 50%, lo que sí valió en el referéndum de Cataluña.

Llegados a este punto sólo queda recordar que el PP empata a fisuras con los socialistas: 2-2, Ibarreche y Cataluña contra Ibarreche y Navarra. Y es que fuera del proyecto secesionista del Lendakari y de la reforma del oasis, los populares han doblado la cerviz ante los identitarios de Andalucía, Canarias, Baleares…..y por supuesto Valencia, la primera reforma que tramitaron las cortes y que impulsó el Gobierno de Camps. Sin olvidar los guiños del galleguista Núñez Feijó - heredero del no menos galleguista, entre otros ismos, Fraga Iribarne- a la de momento frustrada incursión en el “qué hay de lo mío” de la comunidad más occidental de España. Un camino que ha apuntalado perfectamente el rutilante fichaje de Génova, Juan Costa, al proponer una vuelta al 96. Una involución, por tanto, al Aznar que entregó la cabeza de Vidal Quadras en bandeja de plata a un Pujol no suficientemente saciado con las múltiples transferencias y cesiones competenciales o al que se fió del PNV para intentar acabar por el arriolista método del diálogo con ETA, en vez de al gobernante que supo impulsar con firmeza un Pacto Antiterrorista que le había propuesto la oposición o al que ensayó proyectos vertebradotes, con independencia de su idoneidad técnica, como el PHN o el pacto por la Justicia.

La prioridad de cualquier proyecto nacional, racional e ilustrado para las próximas elecciones generales debe pasar inexorablemente por el combate desprejuiciado de los mitos en que se han dejado mecer los dos grandes partidos. Y lo han hecho, sí, por una confrontación de sentimientos: del sentimiento egocéntrico del poder por el poder, que olvida los principios y suaviza las realidades.

Julio Veiga

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