Incertidumbre económica
Publicado en Estrella digital
A estas alturas, es más que probable que el presidente del Gobierno esté lamentando no haber disuelto el Congreso y llamado a elecciones. Los meses que faltan de aquí a marzo van a presenciar, de eso no hay duda ya, un empeoramiento de la situación económica del país y, correlativamente, de las percepciones y expectativas ciudadanas en este campo. Algo que, en principio, no favorece al Gobierno. Lo fundamental es cómo de profundo en su dimensión y sostenido en el tiempo vaya a ser ese empeoramiento.
Lo que comenzó, hace poco más de un mes, como una perturbación financiera causada por las denominadas hipotecas subprime en Estados Unidos se ha ido transformando en algo mucho más serio y que está afectando no sólo a la economía financiera sino que parece estar ya alcanzando a la economía real. El retroceso en la creación de puestos de trabajo en ese país en agosto, por primera vez en cuatro años, puede ser un primer y preocupante indicador. Ya días antes, en la reunión anual de la Fed en Jackson Hole, se había alertado sobre el peligro de la restricción crediticia (credit crunch) y de la caída del mercado inmobiliario.
La crisis fue saltando desde Estados Unidos al resto del mundo en terreno abonado por la globalización y el hipercrecimiento en los últimos años de instrumentos financieros sofisticados de traspaso del riesgo que llevan a una conclusión de desconocimiento del alcance total de esos riesgos y de dónde se encuentren localizados los mismos. La economía especulativa de casino llevada al paroxismo con la resultante de no saber qué hacer por parte de las autoridades y los reguladores de estos mercados. (Vale la pena releer, en estos momentos, The battle for the soul of capitalism, de un destacado capitalista norteamericano, John Bogle, libro que lleva como subtítulo “Cómo el sistema financiero minó los ideales sociales, dañó la confianza en los mercados y robó millones a los inversores”. Y eso que está escrito antes de estos acontecimientos.)
Este deterioro internacional, financiero, real y en las expectativas, va a dañar, está dañando ya, a la economía española, que ya en los últimos meses mostraba signos crecientes de debilidad, comenzando por los dos motores de su distorsionado crecimiento. La construcción, en el lado de la oferta, el consumo privado en el de la demanda, alimentados ambos principalmente, no únicamente pues hay otros factores, por un sobreendeudamiento familiar (el más rápido de los países adelantados en los últimos ocho años) que ya supera el total de la renta disponible. (Como curiosidad casi arqueológica, repásese el programa electoral del PSOE en 2004 donde se habla de fomento del ahorro.)
El ministro de Economía pronunció el otro día un palabra adecuada (al menos a la fecha), la de “incertidumbre”. Como lanzar una piedra a un estanque aparentemente tranquilo pero en el que las aguas parecen bajar algo más turbias de lo que se pensaba aunque no tanto como para, impropiamente y de manera ignorante, hablar de recesión. De momento, dejémoslo en lo dicho, en esa incertidumbre, lo que en el fondo denota no saber bien qué hacer ante una situación, tanto interna como sobre todo internacional, con elementos cuyo alcance global se desconoce. Los próximos días serán importantes.
A estas alturas, es más que probable que el presidente del Gobierno esté lamentando no haber disuelto el Congreso y llamado a elecciones. Los meses que faltan de aquí a marzo van a presenciar, de eso no hay duda ya, un empeoramiento de la situación económica del país y, correlativamente, de las percepciones y expectativas ciudadanas en este campo. Algo que, en principio, no favorece al Gobierno. Lo fundamental es cómo de profundo en su dimensión y sostenido en el tiempo vaya a ser ese empeoramiento.
Lo que comenzó, hace poco más de un mes, como una perturbación financiera causada por las denominadas hipotecas subprime en Estados Unidos se ha ido transformando en algo mucho más serio y que está afectando no sólo a la economía financiera sino que parece estar ya alcanzando a la economía real. El retroceso en la creación de puestos de trabajo en ese país en agosto, por primera vez en cuatro años, puede ser un primer y preocupante indicador. Ya días antes, en la reunión anual de la Fed en Jackson Hole, se había alertado sobre el peligro de la restricción crediticia (credit crunch) y de la caída del mercado inmobiliario.
La crisis fue saltando desde Estados Unidos al resto del mundo en terreno abonado por la globalización y el hipercrecimiento en los últimos años de instrumentos financieros sofisticados de traspaso del riesgo que llevan a una conclusión de desconocimiento del alcance total de esos riesgos y de dónde se encuentren localizados los mismos. La economía especulativa de casino llevada al paroxismo con la resultante de no saber qué hacer por parte de las autoridades y los reguladores de estos mercados. (Vale la pena releer, en estos momentos, The battle for the soul of capitalism, de un destacado capitalista norteamericano, John Bogle, libro que lleva como subtítulo “Cómo el sistema financiero minó los ideales sociales, dañó la confianza en los mercados y robó millones a los inversores”. Y eso que está escrito antes de estos acontecimientos.)
Este deterioro internacional, financiero, real y en las expectativas, va a dañar, está dañando ya, a la economía española, que ya en los últimos meses mostraba signos crecientes de debilidad, comenzando por los dos motores de su distorsionado crecimiento. La construcción, en el lado de la oferta, el consumo privado en el de la demanda, alimentados ambos principalmente, no únicamente pues hay otros factores, por un sobreendeudamiento familiar (el más rápido de los países adelantados en los últimos ocho años) que ya supera el total de la renta disponible. (Como curiosidad casi arqueológica, repásese el programa electoral del PSOE en 2004 donde se habla de fomento del ahorro.)
El ministro de Economía pronunció el otro día un palabra adecuada (al menos a la fecha), la de “incertidumbre”. Como lanzar una piedra a un estanque aparentemente tranquilo pero en el que las aguas parecen bajar algo más turbias de lo que se pensaba aunque no tanto como para, impropiamente y de manera ignorante, hablar de recesión. De momento, dejémoslo en lo dicho, en esa incertidumbre, lo que en el fondo denota no saber bien qué hacer ante una situación, tanto interna como sobre todo internacional, con elementos cuyo alcance global se desconoce. Los próximos días serán importantes.
Luis de Velasco
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