LOS TRES ESTADIOS DE LA CORRUPCIÓN
No entremos en la definición de corrupción: sería cuestión académica de escaso interés. Sigamos el principio del elefante: “si veo uno lo reconozco”.
La corrupción no es de hoy ni de aquí. Es un mal provocado por una bacteria que prospera al calor del poder y retrocede ante el rayo de la conciencia. Una bacteria que como el treponema de la sífilis, se implanta en tres estadios.
El primer estadio de contaminación es la corrupción de las leyes. Este grado de contaminación es prácticamente universal. Desde los Estados Unidos donde la ley presupuestaria está llena de disposiciones, conocidas con el nombre de “pork” para favorecer los intereses de los grandes donantes, hasta donde queramos, encontraremos numerosas disposiciones legales que favorecen, injustificadamente, el interés privado de determinados grupos. La corrupción de las leyes – o sea, que intereses particulares aparten a la ley de su vocación de servicio al interés común – es más vieja que el agujero del mate. Raro es el país en el que no se revuelcan, en amable coyunda, la ley y el privilegio. No obstante, la propia naturaleza de la ley, su carácter público, su universalidad, permite todavía que el cuerpo social mantenga a raya la infección.
El segundo estadio es la corrupción de las conductas. La injusticia de las leyes en relación con la conciencia ética de su tiempo es el semillero de la corrupción de las conductas. Es una cuestión mecánica. Metes por un lado un puñado de leyes injustas y te sale por el otro un concejal de urbanismo. Las conductas corruptas no solo proceden de la ley injusta sino también de las leyes simplemente ingenuas, aquellas que permiten una discrecionalidad que solo los santos (laicos, por supuesto) –que, afortunadamente, son más numerosos de los que se piensa- utilizarán para los loables motivos previstos por el legislador. No obstante, la gravedad de la corrupción no es extrema si aún quedan instituciones capaces de perseguir estas conductas.
El tercero y más grave, es la corrupción de las instituciones. Como sólo el sistema institucional puede cambiar las leyes y sólo la norma justa defendida por las instituciones puede cambiar las conductas, cuando se contaminan las instituciones, el sistema es incapaz de sanearse a sí mismo. Sólo un impulso externo puede renovar las instituciones e interrumpir el proceso de degradación. La gravedad aumenta a medida que se alcanzan instituciones de rango cada vez más alto. Si el poder judicial ocupa la cúspide del edificio institucional, lógica es la preocupación extrema de quienes creen verlo progresivamente contaminado.
Cada uno, con su criterio, decida en cuál de estas tres fases se encuentra España. Los que nos hemos sumado a los nuevos proyectos políticos queremos ser ese impulso externo que renueve las instituciones y revierta el proceso de corrupción.
Ah, podría haber una cuarta fase, la corrupción de las mentes, la interiorización de la corrupción como hecho natural e inevitable; pero entonces el mal ya no tendría remedio.
La corrupción no es de hoy ni de aquí. Es un mal provocado por una bacteria que prospera al calor del poder y retrocede ante el rayo de la conciencia. Una bacteria que como el treponema de la sífilis, se implanta en tres estadios.
El primer estadio de contaminación es la corrupción de las leyes. Este grado de contaminación es prácticamente universal. Desde los Estados Unidos donde la ley presupuestaria está llena de disposiciones, conocidas con el nombre de “pork” para favorecer los intereses de los grandes donantes, hasta donde queramos, encontraremos numerosas disposiciones legales que favorecen, injustificadamente, el interés privado de determinados grupos. La corrupción de las leyes – o sea, que intereses particulares aparten a la ley de su vocación de servicio al interés común – es más vieja que el agujero del mate. Raro es el país en el que no se revuelcan, en amable coyunda, la ley y el privilegio. No obstante, la propia naturaleza de la ley, su carácter público, su universalidad, permite todavía que el cuerpo social mantenga a raya la infección.
El segundo estadio es la corrupción de las conductas. La injusticia de las leyes en relación con la conciencia ética de su tiempo es el semillero de la corrupción de las conductas. Es una cuestión mecánica. Metes por un lado un puñado de leyes injustas y te sale por el otro un concejal de urbanismo. Las conductas corruptas no solo proceden de la ley injusta sino también de las leyes simplemente ingenuas, aquellas que permiten una discrecionalidad que solo los santos (laicos, por supuesto) –que, afortunadamente, son más numerosos de los que se piensa- utilizarán para los loables motivos previstos por el legislador. No obstante, la gravedad de la corrupción no es extrema si aún quedan instituciones capaces de perseguir estas conductas.
El tercero y más grave, es la corrupción de las instituciones. Como sólo el sistema institucional puede cambiar las leyes y sólo la norma justa defendida por las instituciones puede cambiar las conductas, cuando se contaminan las instituciones, el sistema es incapaz de sanearse a sí mismo. Sólo un impulso externo puede renovar las instituciones e interrumpir el proceso de degradación. La gravedad aumenta a medida que se alcanzan instituciones de rango cada vez más alto. Si el poder judicial ocupa la cúspide del edificio institucional, lógica es la preocupación extrema de quienes creen verlo progresivamente contaminado.
Cada uno, con su criterio, decida en cuál de estas tres fases se encuentra España. Los que nos hemos sumado a los nuevos proyectos políticos queremos ser ese impulso externo que renueve las instituciones y revierta el proceso de corrupción.
Ah, podría haber una cuarta fase, la corrupción de las mentes, la interiorización de la corrupción como hecho natural e inevitable; pero entonces el mal ya no tendría remedio.
Juan Manuel Ortega
4 comentarios:
que cosa tan mala acabo de leer,
tio no me ha gustado nada
LA CORRUPCIÓN LA PAGAMOS TODOS Y SOLO BENEFICIA A LOS ENCHUFADOS DEL GOBIERNO. EN CIUDADANOS OS PODEIS DEJAR DE TEORÍAS Y SALIR A LA CALLE. ESTO YA NO HAY QUIEN LO AGUANTE.
No me creo que ningún partido sea capaz de poner fin a la corrupción en España. Es todo palabrería pero, a la hora de la verdad, todos se venden al mejor postor. Me la suda la política pero en marzo os voy a votar porque todavía no me habeis decepcionado.
¡Joder! !Vaya con el que fue a denunciar la corrupción! El que siempre calcula, el que siempre omite su decisión y a todas se queda para embarcarse con el que llega primero. ¡Dais asco, panda de farsantes!
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