lunes, 5 de noviembre de 2007

Albert Rivera (Iñaki Ezkerra)

Publicado en El Correo Digital

Llegó en cueros al ruedo de la política catalana aunque no con la arrogancia del exhibicionista sino más bien con un aire desasistido de tierno superviviente de la clásica novatada de internado. La de sacar en los carteles electorales en bolas al candidato es una de esas ideas por las cuales uno nunca sabrá si el publicista merecía una subida de sueldo o el despido. Sea como sea, Albert Rivera es hoy un político que de novato no tiene nada y que ha sabido hacerse en poco tiempo una coraza de inteligencia, de sensatez y de temple que en nada se parece a las conchas del galápago que en ese oficio andan tan al uso. Albert Rivera es de los pocos políticos que he conocido que saben escuchar con curiosidad y hablar sin dogmatizar, que discuten con naturalidad y se dejan contrariar sin dar los típicos respingos de superioridad ofendida del inseguro, del mediocre, del ególatra, del doctrinario o del espeso al que han maleducado el puesto en el aparato y los votos no merecidos.



Albert Rivera es en realidad como Ciudadanos, un partido aún pequeño pero que supone, sin duda, uno de los grandes acontecimientos de la democracia porque ha surgido desde abajo; porque es el primero y el único en surgir desde abajo, desde la propia ciudadanía que en un momento dado siente la necesidad de organizarse al no verse ya representada por las grandes formaciones, presas de su cansancio, su esclerosis o su vaciamiento ideológicos, su endogamia, su prepotencia, sus inercias, sus tacticismos crípticos, sus intereses particulares y su miedo a perjudicar éstos. Constatar este hecho a mí me parece que ya no es ni siquiera hacer política sino sociología, pura justicia y observación de lo que está pasando en España. Lo interesante, lo saludable, lo esperanzador de Ciudadanos está en que no es un partido creado desde arriba por un líder político sino que surge en una sociedad carente de liderazgo por culpa de esa carencia precisamente y que se ha visto en la necesidad de crear un líder propio en vez de pedirlo hecho de encargo. No estamos tampoco ante un partido de divos sino de gentes normales con un buen nivel cultural medio y una ilusión por teorizar, por revisarlo todo, por discutirlo todo que yo no recuerdo desde la Transición y que ya no hay ni en el PP ni en el PSOE por diferentes motivos. Estamos ante una peña cansada de todos los dogmas de izquierda y derecha que ha padecido en sus carnes y que trae un aire fresco, un nuevo, receptivo y ecléctico estilo civil que se plasma en el plano ético y en el estético. No hay en su discurso ni en su ropa el remilgamiento teresiano típicamente pepero ni los excesos de nuevo rico del sociata que ha pillado sillón. Ese partido hoy parece desnudo, como su líder en su día, pero guarda en sus bases el arropamiento moral que necesita la izquierda de este país.


Iñaki Ezkerra

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