Días de agua en Dogville
Félix Ovejero
Según parece, en la parte no costumbrista ni bullanguera de sus estatutos, varias comunidades autónomas están dispuestas a incluir «el derecho a disponer de sus ríos». La locura colectiva nunca es una explicación, sino su ausencia, de modo que habrá que buscar otras razones para entender cómo también en estos asuntos se ha desatado la delirante carrera por «lo propio». También ahora, por supuesto, decorada con apelaciones a la «libertad, la solidaridad, la igualdad». Incluso, a la sostenibilidad. Sólo echo a faltar la identidad. Ahora déjenme que les hable de una película. Quienes no se durmieron durante la proyección, quizá recuerden la historia que Lars von Trier nos contaba en Dogville. Una mujer, el personaje interpretado por Nicole Kidman, perseguida por unos gánsteres es acogida a cambio de algunos trabajos en un pequeño pueblo de las Montañas Rocosas. Más tarde, cuando las gentes de Dogville descubren la importancia de la refugiada para sus perseguidores, sus exigencias se desatan, hasta llegar a las fronteras de la esclavitud. Se convierten en los principales beneficiarios del aumento del precio de la protección. Poco a poco, su comportamiento resulta más miserable. El de todos. La protagonista no está amasada con mejor barro, como lo confirma su venganza final. El enfático director, respetuoso con nuestra imbecilidad, se siente obligado a subrayarlo por medio del narrador: «Seguramente ella se hubiera comportado de la misma manera si hubiera vivido en aquellas casas».
No hay comentarios:
Publicar un comentario