miércoles, 21 de noviembre de 2007

Postnacionalismo o como dialogar con el nacionalismo desde una perspectiva ilustrada

Publicado en soCiedad.es


1. Planteamiento filosófico


El siglo XX es el siglo de los grandes avances tecnológicos. Esto se ha traducido también en una poderosa mitologización de la ciencia, considerándola el nuevo absoluto desde el que hacer frente a cualquier situación. Así, los discursos neopositivistas de «verdad» en el ámbito natural han saltado a la esfera humana y social. Amplios son las reflexiones sobre este hecho, en la que la sociología positivista pretende convertir a la sociedad en una máquina donde los problemas a resolver serían más una cuestión de índole técnica que no de índole ética y/o política . Del mismo modo, se pretende partir de la premisa de que uno puede ser objetivo ante los hechos sociales como lo es un científico ante un experimento en la naturaleza.


Desde la filosofía hermenéutica y los planteamientos de Gadamer, más respetuosos con el ser humano, nos muestran un ser humano perteneciente a la tradición. La persona como heredera de una historia, o mejor dicho, como perteneciente a la Historia. Esta tradición nos configura y nos otorga una serie de parámetros donde se mueve nuestra racionalidad: lenguaje, forma de vida, costumbres… que platean una serie de prejuicios, no como algo negativo sino como los instrumentos imprescindibles con los que nos relacionamos con la realidad. Sin ellos, el conocimiento no sería posible porque siempre nos posicionamos desde un punto. De esta forma, se diluye la pretendida objetividad científica como una quimera producto del sueño de la razón. No puedo ser objetivo, es decir, independiente de mi mirada sobre la historia, puesto que yo mismo soy producto de la historia y eso crea en mi un horizonte, unas expectativas que van a determinar mi manera de afrontar la vida. El que pretenda posicionarse como un independiente ante la historia o miente o se engaña.


Así, el juego de entrar en la historia es un juego de interpretaciones donde se descubre la verdad en un proceso dialógico, esto es, de preguntas y respuestas desde distintas instancias, siempre inconcluso puesto que a medida que miramos la historia vamos haciendo historia. La pregunta que surge con fuerza entonces es: ¿todas las interpretaciones son igualmente válidas? Evidentemente no, puesto que eso supondría, por ejemplo, poner a la misma altura la superstición que la razón; en definitiva, desvirtuar de tal modo la verdad que no quedaría ya nada dentro de ella más que puro relativismo estéril.


El propio proceso dialógico debe realizarse en clave de reflexión crítica de la historia. Un proceso donde ir depurando los prejuicios que entorpecen a la verdad, entendiendo como verdad no una relación unívoca entre realidad y lenguaje sino como elementos del conocimiento que ayudan a la emancipación del hombre, es decir, a diluir las coacciones que bajo la forma de ideología fomentan el control por parte de pequeñas oligarquías (sean plutocracias, aristocracias o politocracias) e impiden el desarrollo autónomo de la sociedad.


Desde esta perspectiva, Habermas confiere a la razón débil, al método dialéctico realizado desde una ideal regulador comunicativo, la capacidad de adentrarse en la tradición para través de la reflexión realizar una crítica que sea capaz de valorar qué elementos son emancipadores o no. Adentrarse en una labor interpretativa que desde la honestidad intelectual pretenda criticar la historia y desopacar aquello que oscurece nuestro entendimiento de la misma, de igual modo que en su día la Ilustración intentó liberar a la sociedad de los prejuicios religiosos que entorpecían la autonomía humana.


Los criterios o la forma de llevar a delante esta tarea son:





2. Postnacionalismo

«Estamos en pleno carnaval del peligroso delirio de los nacionalismos donde toda la razón un poco sutil se ha eclipsado y donde la vanidad de locuaces pueblerinos reclama con grandes gritos el derecho a la autonomía y la soberanía»


Esta frase, que muchos no tardarían en atribuirla a políticos «imperialistas», es de Nietzsche en pleno siglo XIX en Alemania, quien no veía más que en el romanticismo nacionalista de Harder y Fichte una reducción de los horizontes al localismo, el enardecimiento de sentimientos que exacerban las diferencias y los antagonismos y el aprisionamiento de los individuos en un corset. Nietzsche planteaba así la radical oposición entre la llamada a la universalidad a la que nos conduce el desarrollo humano y la tendencia autárquica a la que nos somete nuestros instintos defensivos. En el primer caso hay riesgo pero futuro. En el segundo, solo un refugio cerrado en sí mismo.


De cara a los nacionalismos, existe un movimiento emergente llamado postnacionalismo que vendría a ser la superación del movimiento nacionalista desde un planteamiento ilustrado. La superación a la que hace referencia es sobre todo un movimiento de emancipación, dejar de lado las diatribas nacionalistas para centrarse en los problemas ciudadanos, de un lado, y un planteamiento de proyecto, por otro, en cuanto movimiento catalizador de la fusión de las distintas naciones europeas, en nuestro caso. Pero flaco favor estaría haciendo el postnacionalismo a la sociedad si no realiza una autocrítica de sus planteamientos y no revelara con transparencia cuales son sus intenciones. Todo movimiento cultural, toda filosofía posee unas intenciones y lo que las hace más válidas es su capacidad para ser emancipadoras de la sociedad, es decir, para profundizar el debate democrático y alejarse de mitologías e ideologías de control de la sociedad.


Por ello el postnacionalismo no puede y/o no debe ser:





El postnacionalismo será sobre todo un proceso:



Para ello, el proceso se basará fundamentalmente en una interpretación desacralizadora y desmitificadora de la historia de las naciones, buscando la causas socioculturales que han fraguado las distintas tradiciones y valorando positivamente las que permiten un desarrollo autónomo de la sociedad y poniendo en evidencia las que no. Evidentemente, este proceso hace referencia a cualquier tipo de nacionalismo. Digamos que podemos encontrar dos tipos de nacionalismo principal:



Hay que ver estas dos facetas no como opuestas sino como las dos caras de la misma moneda. Un nacionalismo disgregador con respecto a una estructura superior puede ser imperialista con respecto a los pequeños pueblos que rodean a ese nacionalismo furibundo.

A su vez, no podemos desvincular el florecer nacionalista con la despersonalización generalizada producida por el pensamiento único, la globalización acelerada y la sociedad de consumo edulcorada. Ante estos embates, no es extraño que el nacionalismo sea vivido como un globo de oxígeno identitario que salva del igualitarismo. Pero es evidente que el nacionalismo por sí sólo no es elemento superador del irracionalismo capitalista ya que normalmente el nacionalismo no identifica a esta sociedad de consumo como su enemigo. Recordemos que boicotear una empresa extranjera o una multinacional por motivos nacionalistas no es anticapitalista puesto que se trata de favorecer la empresa capitalista del lugar y si es posible, expandirla por el extranjero. La función crítica al nacionalismo sigue siendo imprescindible para poder hacer frente a los movimientos totalitarios más extremos como el neoliberalismo salvaje o los comunismos dictatoriales.


3. Autorreflexión


Vaya aquí el marco conceptual desde donde el postnacionalismo debe ser honesto, un paso prioritario que es revelar los intereses de los participantes, no como planteamiento encasillador sino como iluminador de posturas que aclaren el debate.


En el caso de este autor, hago este planteamiento como un camino posible para abordar los nacionalismos, pensado para un marco de pensamiento occidental. La intención surge como confluencia de dos grandes intereses:



En este encuentro de expectativas, de horizontes se plantea una pregunta que considero debe ser respondida desde el planteamiento más riguroso posible: cómo incardinar en la emancipación de la sociedad los planteamientos de autodeterminación, presentados en principio como máxima expresión de voluntad popular pero que pueden esconder a su vez planteamientos ideológicos de control por parte de grupos de presión «ocultos», como denunciaba en su día Nietzsche y donde está el límite de la voluntad popular fragmentada, es decir, ¿puede uno decidir en referéndum lo que quiera para sí mismo?


Y en definitiva, la pregunta más evidente: como crear un movimiento que permita superar las diferencias banales entre las comunidades para centrarse en dos puntos:



Por Eduardo Satué de Velasco

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