Silencioso Tributo
Desde hace cincuenta años, cada vez que un europeo abre la boca para comer, lo que suele suceder varias veces al día, paga un silencioso tributo a uno de los más longevos y hábiles grupos de presión que ha conocido la historia. Miguel Ángel Fernández Ordóñez solía decir, en su época como Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia que la mayor habilidad de un cártel es conseguir que sus actividades restrictivas formen parte del Ordenamiento Jurídico. En este sentido, la habilidad del lobby agrario ha sido sobresaliente: no sólo ha conseguido que sus prácticas sean legales sino que lo sean, además, a escala europea, conjurando así el peligro de verse perturbadas por eventuales disputas entre los Estados. Pero, además, este formidable grupo de intereses consiguió, desde el principio, no sólo hacer pagar precios mayores al consumidor, como cualquier cártel de tres al cuarto sino, lo que ya son palabras mayores, hacer pagar a todos los contribuyentes. Pero, aun más, este conglomerado de intereses ha demostrado una habilidad suprema al conseguir ser aceptado por la sociedad o, al menos, pasar desapercibido, salvo, claro está, para minorías de insumisos intelectuales de escasa relevancia. Semejante hazaña, en un contexto de libertad de expresión, no la ha conseguido ni la Iglesia Católica, maestra, donde las haya, de la supervivencia institucional. España se sumó a la fiesta veinte años antes de su ingreso en la CEE, en pleno desarrollismo, con la aprobación de la Ley 26/1968, de 20 de junio, sobre creación del Fondo de Ordenación y Regulación de Productos y Precios Agrarios (FORPPA) hecho a imagen y semejanza del FEOGA comunitario. Esta ley fue unánimemente festejada como muestra de la preocupación del régimen franquista por los pobres agricultores. Pocos tuvieron entonces la conciencia -y la valentía- de criticar una disposición que otorgaba migajas a los pequeños agricultores a cambio de llenar los bolsillos de los grandes terratenientes. Por fortuna, fui discípulo de dos de ellos, Luis Ángel Rojo y Pedro Schwartz y lector de aquella heroica revista "España Económica" apenas tolerada por su escasa difusión. EE era exponente de un pensamiento ilustrado y progresista, tan chocante para el nacionalsindicalismo como para una oposición imbuida de marxismo. Muchos años tendrían que pasar para que esa corriente calara en los círculos intelectuales y políticos de Europa occidental. Aún más para que la derecha francesa, principal instigadora del atraco, eligiera a un Presidente ajeno a los sagrados intereses de la Limagne(Giscard) o de Corrèze(Chirac). No sé si Sarkozy irá a besar a las vacas a Porte de Versailles en el próximo Salon de l'Agriculture (23/2/2008). Me temo que sí: el rito social, adobado por la conveniencia, suele imponerse a las creencias; véase si no la insistente campaña de Zapatero "Gobierno de España". Pero quizás Sarkozy también explicará por qué cuando los precios del mercado mundial de productos agrarios han superado todas las previsiones, los terratenientes siguen percibiendo subvenciones de la Unión europea. O, al menos, debiera. Juan Manuel Ortega
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