Galicia sin Cuiña, igual que con él
Leo con interés los obituarios de Xosé Cuiña Crespo. Un caso paradigmático del aserto de Chesterton acerca del periodismo, ese oficio que consiste en contarle que Lord Jones ha muerto a gente que no sabía quién era Lord Jones. Lo cierto es que incluso entre quienes, nobleza obliga, sí conocíamos de su existencia, se nos escapaban detalles como sus 57 años de edad, que ahora se me hacen sorprendentemente pocos. Causa directa, sin duda, de su caída en desgracia política, desde la crisis del Prestige al advenimiento de Núñez Feijóo al frente del PP gallego. El eterno delfín de Fraga pertenecía a la generación de la Transición, aunque antes ya se había metido en política como les gustaba a las madres de entonces, por el tercio familiar. Un dato, junto al de su origen aldeano o la oscuridad de sus actuaciones colindantes con la política, que se encargan de airear sus enterradores mediáticos. También su galleguismo, que para Begoña P. Ramírez, en El Mundo, era "… de romería y feria gastronómica, según sus detractores". Romería y feria gastronómica, como diría Arcadi Espada: quiá. ¿Existe otro galleguismo, es decir, otro nacionalismo?. Quizá los detractores de Cuiña, que siguiendo la máxima de Churchill sólo podían habitar en sus propias filas, pretendían algo más refinado; un nacionalismo de nueva cocina y con olor a limpio, algo así como Feijóo. Y es precisamente ahí, en el galleguismo, donde se frustró la planeada última gesta política de Cuiña: la eterna amenaza de una escisión en el PPG que no llegó a consumarse, según los cronistas, gracias a los esfuerzos de un sudoroso Fraga. Sin negarle ardor al de Villalba, seguramente la impotencia de Cuiña fue darse cuenta de que su escisión siempre sería personal y nunca política. Las razones no son otras que el galleguismo endógeno del PP, responsable, por ejemplo, de la política de inmersión lingüística que calca los modelos catalán y vasco y que alienta, a escala más o menos parecida, una ingente manada de cachorros a los que ya es difícil meter en vereda. Por no hablar de la pusilánime oposición al bipartito nacionalista de Touriño, al que llegó a tildar de poco galleguista ante el estancamiento de las negociaciones sobre la reforma estatutaria. Galicia es otro ejemplo más del triunfo político del nacionalismo en la España contemporánea. No hay alternativa a él, como no lo había en Cataluña cuando se alumbró el manifiesto por un nuevo Partido que nos ha llevado hasta aquí. Ésa es quizá la satisfacción póstuma de Cuiña, el galleguismo le sobrevive. Julio Veiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario