El cachete de los idiotas
Antonio Robles Ya había pasado antes en la educación. Un buen día, a algunos pedagogos como César Coll o Álvaro Marchesi se les ocurrió retirar del sistema educativo cualquier rastro de disciplina y sanción. Debieron confundir los malos tratos de algunos maestros cafres con el respeto a las jerarquías, a la conquista del conocimiento a través del esfuerzo y a la buena educación. Y consiguieron acabar con el sistema educativo en España. El fracaso escolar ya es imposible de justificar. Las causas deben buscarse en muchas variables, pero la mayoría están legisladas en la LOGSE y en la LOE. Ellas solitas han acabado con el respeto al profesor y, como consecuencia directa, el prestigio por el saber se ha perdido. La disciplina, los hábitos de estudio, la voluntad, la responsabilidad, la memorización de contenidos, el gusto por la lectura o la cultura por el esfuerzo han desaparecido de nuestras aulas. Las consecuencias las han sentenciado tres informes Pisa de la OCDE, él último el de 2006. España ocupa un lugar tercermundista. El espíritu que animó la ley educativa más nefasta que ha visto este país es el mismo que ha convertido el cachete de un padre a su hijo en delito. Cuando nacemos no somos nada en concreto, pero por instinto el niño llora cada vez que tiene hambre y no templa gaitas si la madre se retrasa con el biberón. El egoísmo es pura supervivencia y el instinto ocupará por entero el espacio entero de su razón. Por eso, cuando se empeña en sacar la cabeza por el balcón del balcón, los padres le persuaden, le regañan, le retiran, le cierran la puerta de la terraza... y si a pesar de todos sus intentos de convencerle fracasan y el niño lo sigue intentando, un cachete sustituye la razón de la que aún carece por la fuerza. ¿Es un maltratador el padre o la madre que en un momento determinado utiliza el cachete en el culo para defenderlo de sí mismo e indicarle que vivir en sociedad es respetar límites? Ningún padre en su sano juicio daría un bofetón a su hijo con ánimo de hacerle daño. Para eso está la persecución del maltrato infantil. Pero no parece razonable que, a partir de ahora, cuando un niño le monte un número a la madre en mitad del súper porque no le compra la undécima chuchería y se arrastre histérico por el suelo con ánimo de chantajearla aprovechando la presencia de medio barrio, repito, no parece razonable que la traten de maltratadora porque tire de su brazo impasible o le arree dos cachetes en el culo para poner fin al chantaje de un pequeño dictador en ciernes. Hay muchas maneras de dar un cachete, y la física no es la peor. El terror psicológico, el chantaje emocional, la amenaza constante sin llevarla nunca a la práctica, el inmovilizarlo en un parking infantil son algunas de las formas que no pasan por el cachete, pero pueden hacerle mucho más daño. Quizás la más intolerable forma de cachete sea la de esos padres que jamás ponen límites a sus hijos y los condenan a ser esclavos de sus instintos. Eso sí, jamás le dan un tortazo, pero le han convertido en el peor enemigo de sí mismos y posiblemente de los demás. ¿Se dan cuenta los legisladores de lo que han hecho en una sociedad donde los adolescentes se han convertido en demasiados casos en déspotas de sus padres? ¿Se han dado cuenta que marabunta de idiotas de todas las edades irán a programas basura de TV para denunciar al vecino del tercero porque le vio, le oyó o le pareció oírle dando un cachete a su hijo? ¿Se percatan qué arma le han dado a tantos adolescentes déspotas que no dudarán en utilizar la mentira para chantajear a padres y madres en situación de debilidad? Antes de tirárseme encima todos los buenistas del diálogo de civilizaciones comprueben los miles de casos de adolescentes que maltratan a sus padres o a sus profesores. ¿Y saben por qué? Entre otras muchas cosas, porque muchos padres han renunciado a poner límites a sus hijos, la mayoría de las veces por buena fe, pero con total ignorancia, y por un sistema escolar LOGSE-LOE hecho por ignorantes (estos no tienen disculpa porque se supone que eran especialistas en pedagogía), incapaces de prever el alcance de sus teorías (la experimentación certificó la nulidad del sistema, pero no le hicieron caso) y lo peor, incapaces de rectificar una vez se vio su rotundo fracaso. Todo hay que decirlo, después de 27 años, del rechazo generalizado del profesorado (el 79 % según encuesta de CCOO) y de cientos de artículos y innumerables libros críticos contra "el progresa adecuadamente", algunos de sus responsables políticos empiezan a tomar conciencia. Espero que no sean los mismos que nos metieron en este fiasco los que pretendan ahora sacarnos. No porque fuera un fraude, sino porque nunca sería una solución. No puedo acabar este artículo con una declaración de principios para evitar que el idiota que mira el dedo cuando le señalan la luna, pueda acusarme de defender aquello de "la letra con sangre entra". No admito en ningún caso el cachete por parte de un maestro o profesor; estos están obligados a tener recursos racionales, siempre racionales para marcar los límites a sus alumnos y no considero que la zapatilla tradicional en el culo sea nunca mejor para los padres que la persuasión a la hora de encarrilar a los hijos. Pero no creo que la ley deba inmiscuirse en tamañas chuminadas cuando están dejando sin castigo miles de casos de verdadero maltrato infantil. Esto sí que es grave, pero para erradicarlo se necesitan presupuestos y un modelo de detección y persecución del que hoy carecemos. Antonio Robles Parlamentario de C's
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