jueves, 7 de febrero de 2008

La laicidad: clave de convivencia

Publicado en albertrivera.es

El Laicismo es un término relativamente novedoso que adquiere día a día mayor trascendencia en nuestra cotidianidad, si bien ya en Francia a principios del siglo XX se empieza a gestar como filosofía de convivencia y tolerancia. Desde entonces, el Estado francés promueve la libertad de creencia individual y de culto colectivo. Garantiza el pluralismo religioso, el derecho a no creer y el
derecho a convertirse. Todos los cultos tienen el mismo nivel y la religión no se considera de interés social sino un asunto privado. Por tanto no existe ningún trato preferencial ni estatuto privilegiado para una determinada creencia. A pesar de ello, el culto católico en este país no parece encontrarse en vías de extinción ni parece que el ciudadano francés se caracterice especialmente por su amoralidad, insolidaridad e inhumanidad.

Partiendo de esta constatación, ya que somos muy dados a copiar estereotipos, para poder entender bien el concepto de laicidad creo que es muy importante señalar que sus principios lleva implícita la concreción de dos fundamentos: uno ético (la libertad absoluta de conciencia moral), el otro legal (la separación de Iglesia y Estado). De esta manera, se pretende de forma genérica hacer una especial distinción entre el interés general y la convicción individual, si bien en la práctica política y social la tendencia es de involucionar a uno sobre otro.

El Laicismo representa una de las más importantes claves para la correcta armonía en una sociedad democrática ya que implica reconocer que todos los hombres, sin distinción, son capaces de asumir libremente, en función de su propio criterio, madurez y sentido, el desarrollo de su propio destino. En palabras de Savater, una sociedad que persiga valores democráticos no puede elegir ser o no ser laica, sino que ha de serlo por la propia naturaleza del concepto.

El ideal humanista que da sentido a la filosofía laica descansa en sus propios principios, es decir, en la libertad absoluta de conciencia, la independencia del pensamiento acerca de lo religioso, lo político y la emancipación de los estilos de vida respecto a los tabú, las ideas, las reglas dogmáticas y las tendencias alienistas culturales, económicas o sociales. Persigue pues, desarrollar la naturaleza humana incentivando la formación moral y cívica consolidando así una mentalidad crítica fundamentada en la solidaridad e igualdad apartando la moral religiosa como eje regulador de la conducta del individuo dejando paso al sentido ético y moral del mismo.

No se trata pues, de eliminar la religiosidad ni enfrentarse a ella, de lo que se trata es de cimentar las bases que permitan la convivencia entre las distintas religiones, es decir, promover la tolerancia religiosa en un Estado cada vez más plural, más social y global.

Ahora bien, en determinadas condiciones de crisis económicas y de desintegración social, no es nada fácil que los principios que fundamentan el modo de vida laico no generen cierto tipo de tensiones especialmente en los centros educativos. Sin embargo, la convivencia entre distintas religiones y etnias puede entenderse como un factor enriquecedor más que una fuente de conflicto ya que muchos de los valores que entre ellas existen pueden ser enseñados en el aula de forma integradora, serena y constructiva.

Pero también hay otros escenarios donde determinados comportamientos son contrarios al ideal de libertad e igualdad entre hombres y mujeres y en definitiva a la propia dignidad del ser humano. Hago referencia al puesto de trabajo discriminatorio, a la atención sanitaria que es rehusada en función de la procedencia o del género del profesional médico; al progreso científico que ajeno a las presiones conservacionistas debe buscar sus límites tan solo en el interés general y en el respeto humano; a la atención en el servicio público o la propia desconfianza y marginación hacia el inmigrante que en muchos casos se ve empujado a sobrevivir en condiciones infrahumanas tan solo por su condición.

En una sociedad multicultural como a la que afortunadamente nos vemos avocados, los argumentos del laicismo pueden enseñar a los individuos el sentido solidario y de cooperación más allá del fundamentalismo teocrático. De la misma manera, el respeto por la razón puede ayudarnos a encontrar una cierta comprensión, tolerancia y armonía entre las diferencias creando así sinergias de entrada y salida esenciales para la supervivencia y el entendimiento entre personas.

La libertad de poder escoger y guiarte por un estilo propio de vida regulado en función de unos criterios sustentados también, porque no, en la moral; decidir uno mismo que tipo de relaciones de pareja y familiares han de conformar nuestra vida; establecer con entera libertad los criterios y parámetros que han de dotar de sentido a nuestra propia existencia; aprender a sostener en la balanza la diferencia cultural, ética o religiosa de tal manera que no condicione ni la libertad física ni espiritual, son en cierta medida campos que el laicismo puede ayudarnos a explorar porque realmente se hace necesario un nuevo paradigma social que facilite la comunicación y el entendimiento y margine una vez por todas la imposición, la intransigencia y la sumisión ideológica.

Por Ignacio Sell Trujillo, Entre Sombras

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