Antinacionalismo, no nacionalismo y libertad
Es sabido que la libertad individual no está solamente limitada por las normas jurídicas, sino también por creencias o convenciones sociales que, aunque no estén formalmente codificadas, no pueden vulnerarse sin consecuencias. Las sanciones sociales son frecuentemente más duras -y duraderas- que las impuestas por los tribunales de justicia.
Frente a estas creencias, la defensa de la libertad puede a veces escoger el camino equivocado, aunque más cómodo, de propugnar las creencias contrarias. Con ello puede quizás conseguirse una adhesión más inmediata, numéricamente más importante y más entusiasta pero, lejos de sentarse las bases para la solución del problema, se está contribuyendo a su enconamiento y perpetuación.
Las creencias identitarias son una parte fundamental de ese bagaje de nociones que se trata de imponer al individuo. Frente a ellas, la resistencia o disidencia acarrea graves sanciones, desde la exclusión a la persecución. Frecuentemente se exagera el papel que juegan las autoridades políticas en este proceso, que a veces no es más que el de correa de transmisión de los grupos sociales más reaccionarios.
Es más, cuando los nacionalistas tienen que recurrir al poder político para imponer sus convicciones, es que ya no se mantiene, espontáneamente, la adhesión a sus creencias identitarias. El nacionalismo entra en el juego político con la finalidad de mantener por la fuerza de normas jurídicas esos principios anticuados que la sociedad ya no respeta.
Para defenderse de esta agresión, a las fuerzas políticas progresistas se les plantea entonces la disyuntiva entre antinacionalismo y no-nacionalismo. El antinacionalismo supone condenar el nacionalismo, normalmente en nombre de una identidad superior y del mismo género, (la nación española) y es el camino con mayor rédito inmediato. Por otra parte, el no-nacionalismo es una ruta más difícil y menos intuitiva. La diferencia entre una y otra vía es enorme: en términos futbolísticos la primera opción sería derrotar a un equipo con otro más potente y la segunda derrotarlo por falta de espectadores interesados en ese juego.
Se ve claramente que la segunda sería una derrota definitiva. Pero es más difícil de conseguir: es mucho más fácil convencer a los ciudadanos para actuar CONTRA el opresor, que para ridiculizarlo.
Cuando, en estos momentos, se está concretando la tercera vía en la política española, el realismo político puede exigir un poco de cada cosa: unos condenando el nacionalismo y otros riéndose de la majadería que todo nacionalismo significa en el siglo XXI.
Lo que es absurdo es perder de vista el sentido estratégico de la batalla, llegándose a un enfrentamiento dentro del mismo campo de defensa de la libertad.
Absurdo y receta segura para perder.
Frente a estas creencias, la defensa de la libertad puede a veces escoger el camino equivocado, aunque más cómodo, de propugnar las creencias contrarias. Con ello puede quizás conseguirse una adhesión más inmediata, numéricamente más importante y más entusiasta pero, lejos de sentarse las bases para la solución del problema, se está contribuyendo a su enconamiento y perpetuación.
Las creencias identitarias son una parte fundamental de ese bagaje de nociones que se trata de imponer al individuo. Frente a ellas, la resistencia o disidencia acarrea graves sanciones, desde la exclusión a la persecución. Frecuentemente se exagera el papel que juegan las autoridades políticas en este proceso, que a veces no es más que el de correa de transmisión de los grupos sociales más reaccionarios.
Es más, cuando los nacionalistas tienen que recurrir al poder político para imponer sus convicciones, es que ya no se mantiene, espontáneamente, la adhesión a sus creencias identitarias. El nacionalismo entra en el juego político con la finalidad de mantener por la fuerza de normas jurídicas esos principios anticuados que la sociedad ya no respeta.
Para defenderse de esta agresión, a las fuerzas políticas progresistas se les plantea entonces la disyuntiva entre antinacionalismo y no-nacionalismo. El antinacionalismo supone condenar el nacionalismo, normalmente en nombre de una identidad superior y del mismo género, (la nación española) y es el camino con mayor rédito inmediato. Por otra parte, el no-nacionalismo es una ruta más difícil y menos intuitiva. La diferencia entre una y otra vía es enorme: en términos futbolísticos la primera opción sería derrotar a un equipo con otro más potente y la segunda derrotarlo por falta de espectadores interesados en ese juego.
Se ve claramente que la segunda sería una derrota definitiva. Pero es más difícil de conseguir: es mucho más fácil convencer a los ciudadanos para actuar CONTRA el opresor, que para ridiculizarlo.
Cuando, en estos momentos, se está concretando la tercera vía en la política española, el realismo político puede exigir un poco de cada cosa: unos condenando el nacionalismo y otros riéndose de la majadería que todo nacionalismo significa en el siglo XXI.
Lo que es absurdo es perder de vista el sentido estratégico de la batalla, llegándose a un enfrentamiento dentro del mismo campo de defensa de la libertad.
Absurdo y receta segura para perder.
Juan Manuel Ortega
1 comentario:
Estimado Juan Manuel, me ha gustado mucho el análisis. Y realmente nadie se plantea el sentido estratégico. Porque eso conlleva tomar posiciones. Y la gente no quiere tomar posiciones. Es más fácil discutir en sentido "teórico" que en implementarlo. La implementación conlleva un riesgo que a la clase política le da miedo tomar por las posibles consecuencias como pérdidas de poder.
A mí, (y teoretizando) particularmente lo que me fascina, (aunque realmente me apena) es la falta de sentimiento auto crítico, la arroganacia e ignorancia manifiesta de personas/colectivos que se sienten "especiales" o mejores que los demás por el simple hecho de haber nacido-crecido en un lugar u otro.
Curiosamente los que hemos vivido fuera cambian sus percepciones. Yo he llegado a conocer nacionalistas acérrimos desengañados con su nacionalismo cuando salen del cascarón y conocen el mundo. El mundo es tan grande, que carece de sentido reventarse la vida por una lucha estéril en pro de la clase política que nos manipula.
Lo importante son las personas, no los partidos, pero en España seguimos siendo viscerales y muy ignorantes, y nadie está dispuesto a pensar diferente, a tomar iniciativas nuevas "virgencita virgencita que me quede como estoy" y así nos luce. Yo soy española, no soy nacionalista. Respeto las opciones políticas diversas, pero no a costa del detrimento de los ciudadanos y de valores éticos-morales. No soy religiosa, (los nacionalismos se nutren en las iglesias). Se me podría considerar generación-X (esos que no sabemos lo que queremos y solo somos hedonistas). Tras estos antecedente, se me ha ocurrido que lo mismo sí que tengo cierto criterio, y que lo mismo mi pensamiento es legítimo, pese a lo que digan los partidos y colectivos. Y pienso que los nacionalismos me resultan pequeños fascimos localizados (curiosamente cuando digo esto se me tacha de fascista), me parecen caldos de cultivo de la ignorancia y la falta de respeto.
De momento, aunque soy una escéptica nata, no existe ninguna opción política por la que me sienta representada. Yo nací en los 70, y no recuerdo a nadie elogiar a los políticos que han discurrido durante estos últimos 20 años en la escena política. Sólo escucho añoranzas de los políticos de la transición. Pero ya no existen. ya no hay transición. Hay democracia y ha de ser igualitaria para todos.
Ahora los que nos gobiernan, tanto unos como otros luchan por sus intereses partidistas y sus ansias de poder en detrimento de los ciudadanos, que soportamos estoicamente abusos sistemáticos e insultos diarios... Y mientras tanto los pequeños dictadores recreándose en su discuso fascista localista (¿dónde quedó el pensamiento ilustrado y la amplitud de miras?) culpando de nuevo a ese grande estado opresor (¿he de incluirme puesto que formo parte del mismo?).
Estoy cansada. Cuando los escucho me recuerdan a los grandes fascistas de la historia, Hitler, Franco, Stalin, etc... estos enfermos mentales reciben crédito porque la sociedad lo permite.
Y terminaré este comentarios, denunciando a la prensa española, española-ancionalista, anti-española, y anti-nacionalista del poco respeto que expresáis hacia los ciudadanos.
Abusáis de vuestro poder en un ejercicio de irresponsabilidad SIN precedentes.
Me siento estafada, y triste. Mi abuela me decía "tienes que votar, mucha gente murió para que tu ahora tengas este privilegio". Lo que ella jamás sabrá es el asco con el que voy a los colegios electorales.
Ciudadanos para mí es la última esperanza de recuperar ilusión en la clase política de este país.
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