Frivolidades fiscales
Luis de Velasco Asistimos últimamente a un zoco fiscal, con el Gobierno a la cabeza, en una carrera a la baja en los impuestos. Naturalmente, de los impuestos directos, que se supone que son aquellos en los que se cumple, o se debe cumplir, el principio, cada vez más en desuso, de la equidad, ese de que pague más quien más tiene. Estamos en lo que podemos calificar como la banalización de la imposición. El sistema tributario de un país debe ser algo más serio y responder más a un diseño coherente que a impulsos esporádicos y demagógicos. Estamos ante algo, sin duda, importante. "Los impuestos son el precio que pagamos por la civilización". Es una frecuentemente citada frase del magistrado del Tribunal Supremo de Estados Unidos Wendell Holmes y que figura en una placa en la entrada del IRS, la agencia tributaria de ese país. Es una referencia obligada frente a esta creciente banalización, moda que llega a nuestro país procedente de las tesis de Reagan y Thatcher y que ha encontrado un terreno receptivo no sólo en el PP, algo lógico, sino también, y crecientemente, en el PSOE. Los últimos quince años de crecimiento económico en nuestro país, según un modelo que ya está mostrando dramáticamente sus carencias, se han caracterizado por una creciente desigualdad social, algo ya reconocido por todos. Desde 1995, el salario medio real ha bajado un 4 por ciento. En ese periodo, la participación de los salarios en el ingreso nacional ha bajado cerca de tres puntos a pesar del gran aumento de los empleados. La pobreza relativa, es decir, el porcentaje de la población que ingresa menos del 60 por ciento de la media nacional, alcanza al 20 por ciento de la población, mientras en la UE-15 es el 16. Hay muchos más indicadores de esta situación, que tiende a empeorar. El principal, ya casi el único, mecanismo de redistribución, de acrecentar lo que se llama el salario social, sigue siendo el presupuesto de un país. En el nuestro cada vez cumple menos este objetivo. Una consecuencia más del desbordamiento del Estado de las Autonomías es que el presupuesto del Gobierno de la nación es ya algo residual, un escaso tercio del total, mientras que por parte de los gobiernos autonómicos se ha instalado una carrera para rebajar impuestos (siempre los directos, por supuesto), carrera en la que también participa el Gobierno central. Ya no se trata de no subir impuestos. Ello a pesar de que los indicadores comparativos con la UE-15 muestran que hay margen para ello y mucho más equitativamente. Ahora la carrera es para bajarlos. Se olvida que si queremos buenos servicios públicos hay que pagarlos. España sigue a la cola de la UE-15 en gasto público en términos de PIB y por habitante, un 65 por ciento del promedio de ese grupo. El impuesto sobre la renta es prácticamente ya un impuesto sobre las nóminas, mientras el fraude y diversas formas de elusión fiscal crecen, especialmente en los segmento de rentas más altas. La progesividad del sistema fiscal disminuye mientras arrecian las voces que, bajo supuestos planteamientos neutros y técnicos de eficiencia y sencillez, piden el aumento de la imposición indirecta, regresiva por definición. Frente a toda esta marea se imponen dos cosas. Una, labor didáctica de explicar para qué son y cómo deben ser los impuestos. Dos, voluntad política para enfrentar las injusticias. Seguramente demasiado para los tiempos que corren. Luis de Velasco
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